Foto: J.X.
La
soledad es llevadera -dice uno de los espíritus, el mismo que habla
con el interior de las piedras-, mientras no surjan púas en las
paredes de las casas y te amenacen.
Púas
que brotan como flores de hierro, que, al andar por el pasillo y al
entrar en las habitaciones, corres el peligro de que te desgarren la
piel con más soledad, con más vacío punzante.
Sin
embargo, en la cocina y en el lavabo, si las paredes están medio o
totalmente embaldosadas, hay menos peligro.
Pero
nunca está de más vigilar a diario que esas púas no comiencen a
insinuarse, asomando por los intersticios que el tiempo y la humedad
erosionan entre las baldosillas, separándolas. Y de este modo, poco
a poco, acaben por brotar flores de hierro desgarradoras.
Más
que esas flores de hierro, desgarra la piel del alma no poder olvidar
la visión de cómo la muerte se va apoderando de la boca abierta,
del paladar, de la lengua y de los labios secos de un ser querido,
hasta reducir la boca, el paladar y la lengua al silencio, con los
labios secos, dice él.
Cómo
olvidar la visión encarnada de la muerte, la muerte hecha carne aún,
dice una voz que resuena en el interior de una piedra.
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