Foto: J.X.
Habla
con los espíritus y les dice que hoy, por fin, ha bajado a la ciudad
y ha podido cruzar la puerta del cementerio -que, por la pandemia, ha
estado cerrada al público visitante hasta hace pocos días-, y
entregar la rosa blanca.
En
realidad, hoy han sido dos rosas blancas, adquiridas en otro sitio,
un puesto de flores de las Ramblas. Después de tantos días de
confinamiento, temía que no estuviera el kiosquero de las flores a
las 10 de la mañana, a la entrada del cementerio, como cada fin de
semana. Pero sí que estaba, fiel a las “flores vestidas” para
los muertos, como las denomina el florista.
En
esta ocasión no ha sido posible sacar un botellín y dos copas y
brindar en la Isla con la novia muerta. Enfrente mismo del arco que
da a la Isla II del cementerio marino, se estaba celebrando un
entierro gitano, con numerosos parientes y amigos, y con
estremecedores gemidos y llantos de las mujeres gitanas, hasta que ha
comenzado la prédica del pastor.
Por
respeto y emoción, hemos dejado el brindis para otro sábado.
Tampoco he abandonado la Isla, cuya salida estaba abarrotada de
gente, hasta que el pastor ha finalizado la prédica y sobre el lugar
ha descendido un inmenso silencio religioso.
He
salido mirando al suelo, como si fuera un intruso, el único intruso
del cementerio. Ellas y ellos, todo el clan de la Madre, de la “Mama”
gitana cuya muerte despedían con un dolor desgarrador, no podían
saber nada de la novia muerta que se aloja cerca de allí, en la Isla
de enfrente, junto a dos rosas blancas, concluye él.
Bien
hecho, rosas blancas perfumando la estancia de allá, en la ciudad de
los cuerpos, y penetrando hasta aquí, en el bosque de los espíritus,
donde permaneceremos juntos, con la novia muerta a nuestro lado.
Iremos con las flores de un lugar a otro, de una estancia a otra,
invadiendo con más flores los caminos de los bosques, llenando de
flores todas las calles y alojamientos por donde pasemos, custodiando
a la novia muerta sin ser vistos ni oídos por nadie, anuncian los
espíritus del bosque.
Él
escucha y no dice nada.
Resuena
una voz en el interior de una piedra cubierta de musgo.
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