Dicen
que era partidario de la poesía, pero un día empezó a escribir
comentarios sobre política (su padre, desertor y emboscado, siempre
le había aconsejado que no se metiera en política).
Así,
pues, cada vez escribía más sobre política y escribía menos
poesía. Opinaba, debatía, se sentía cómodo hablando de
anarquismo, de las teorías de Kropotkin y Bakunin, de la
autodeterminación de los pueblos que Lenin había defendido frente a
Rosa Luxemburgo, comentaba a sus amigos. Eran tiempos de entusiasmo y
rebeldía, de revolución en las ideas y costumbres, en el arte y la
literatura, en la manera de ser.
Pero
las cosas fueron a peor en su país, y empezaron a surgir delatores
estimulados por el poder, cada vez más despótico. Un día alguien
lo denunció y fue detenido. En pocos días acabó en la cárcel.
Dicen
que tuvo como compañero de celda a otro poeta, pero éste sólo
escribía poesía y había vivido ajeno a la política. ¿Qué hacía,
pues, allí, encarcelado como él?, preguntó el poeta politizado al
otro poeta. Y éste le contestó que lo detuvieron por atentar contra
la moral pública, por haber cometido el delito de escribir, con poca
esperanza, sobre el presente y el futuro de los seres humanos. Por
contra -le dijeron, sentenciándolo-, escribía y se atrevía a
publicar elogios poéticos al vuelo libre de los pájaros, y
reclamaba una vez y otra, líricamente, unas alas para la tristeza de
las tortugas.
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