Poesía
póstuma, poesía a la que se le ha puesto un precio, subastada, mal
cotizada, comprada a precio de saldo (aún gracias), o tal vez dejada
al lado de un contenedor de la basura, y valorada luego como clásica
y digna de todo el respeto del mundo, que se le negó en vida: poesía
póstuma.
Y
dinero póstumo, gran sarcasmo, broma grotesca final, como podemos
observar en este billete de las antiguas 100 pesetas, con la efigie
del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, que ni siquiera tuvo dinero
suficiente para editar sus rimas, luego tan famosas.
Recordemos
también a César Vallejo, que pudo editar "Trilce" en los
talleres penitenciarios de una cárcel, o a Isidore Ducasse
(Lautréamont), que pudo editar "Los Cantos de Maldoror"
gracias a la financiación de su padre, o a Jacint Verdaguer, perseguido por todos, que pasó de una lado de la Rambla a otro (del palacio del marqués de Comillas a la parroquia de los pobres de la iglesia de Betlem),entre otros muchos ejemplos
de poetas que vivieron a salto de mata, como ciervos heridos.
Mientras
tanto, académicos (poetas o no), acomodados en el sofá de las
Academias, pontifican sobre la vida y la obra de los pobres y
desgraciados poetas (¡y cobran por ello, pardiez!, que diría Sancho
Panza a Don Quijote).
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