Georges Méliès, el mago del cine, arruinado y abandonado, acabó sus días vendiendo juguetes y golosinas al lado de su mujer, en un quiosco situado en el vestíbulo de la estación de Montparnasse, de París.
Caballitos de cartón para cabalgar a tierras desconocidas, trompetas para anunciar la isla descubierta, camiones de madera cargados de estrellas, pelotas que botan en el suelo y rebotan muy alto, hacia la luna.
Tambores para celebrar el tesoro encontrado, peces de todos los colores y caballitos de mar, cubos y palas de metal para jugar en la arena misteriosa de una playa, y cuerdas para jugar y saltar y llegar de un salto al fondo de la tierra, al fondo del mar, donde están las llaves de todas las puertas de los castillos maravillosos, de cartón-piedra, con esculturas de yeso y papeles pintados de oro y plata.
Georges Méliès, su esposa y su nieta, fueron acogidos, en 1932, en un asilo situado en el Castillo de Orly.
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