En la oscuridad de un portal, a la noche, un hombre esperó a otro;
cuando lo sorprendió, lo apuntó con el dedo pulgar -bastante
largo, todos sea dicho- de la mano derecha hundido en el bolsillo y
le dijo:
-¡La
bolsa o la vida!
El
otro lo miró con escepticismo.
-No
sea ridículo –le contestó-. Ya nadie lleva suelto. Ahora, todo es
con tarjeta. En cuanto a eso con que me apunta, ¿es una erección?
Lo siento, soy hetero convencido. No le diré que alguna vez, en mi
juventud, en los baños del gimnasio, entre los chicos… pero eran
cosas de
chico, como las ha hecho cualquiera.
-¡La
tarjeta o la vida! –corrigió el asaltante; ahora que ya no tenía
el dedo -la erección- apuntando al otro, se sentía un poco
humillado.
-Tome
la tarjeta –le dijo el asaltado. No tiene saldo. Puede servir para
abrir alguna puerta, pero nada más. Y no creo que le convenga este
edificio: casi todos los inquilinos están en el paro.
El
asaltante se deprimió. Dejó caer el dedo del bolsillo y miró hacia
abajo. Se sentaron juntos en el borde de la acera.
-¿Tiene
un cigarrillo? pidió el asaltante.
-Sólo
me queda uno –respondió el otro. Lo repartiremos. El médico me ha
dicho que deje de fumar, pero como estoy en el paro, tampoco podría
gastar en humo. Tengo un enfisema.
-Y
yo una úlcera. De comer la comida de los contenedores. Ya no es como
antes, cuando se podía vivir de asaltar a un turista una vez por
semana. Yo solía desayunar en los hoteles, en la época de las
llaves. Me iba al self service del
hotel, comía para todo el día y daba el número de una habitación
vacía. Ahora ya no hay llaves, sino esas horribles tarjetas…
-Por
culpa de los bancos. Los bancos se han apoderado de todos los
negocios.
-Es
una bendición no haber tenido dinero ahorrado; me habrían colocado
preferentes…
-¿Y
si fuéramos diputados? Por lo que sé, viajan en primera, tienen las
vacaciones pagadas y reciben comisiones de aquí y de allá y de
acullá…También tienen ordenadores
y móviles.
-Si
quiere un móvil, yo le doy uno… me apropié de unos cuantos
durante el último partido de fútbol. ¿Y dónde tiene que
inscribirse uno para ser diputado? ¿En la agencia del paro?
-¡No,
hombre, además de ridículo, no sea antiguo! Ya no sirven las
agencias del paro. Tiene que anotarse en un partido político.
-¿En
cuál?
-En
uno local, provinciano. Tienen menos dinero que los otros, pero se
hacen relaciones con más facilidad. Y una relación lleva a la otra…
una comisión lleva a la otra… Usted sólo tiene que aprender una
frase. La frase es: mejor engordar a un cerdo de casa que a un cerdo
de afuera…
-¿Me
voy a dedicar a la industria porcina?
-Más
o menos. Venderá chanchullos, chorizos, morcillas y algunas
empanadas.
-Voy
ahora mismo a anotarme.
-Mejor
de madrugada; cuanto antes llegue, más probabilidades. La gente hace
cola desde una semana antes. Y cuando le llegue el turno, regálele
un móvil última generación
con Internet IPOD cámara televisión muebles piso adosado wi-fi y
teconología punta al que lo inscribe. Hay que ayudar a la suerte…
4 comentarios:
Las pocilgas las construyen los hombres, en sus granjas. Nosotros, en libertad, somos limpios y no apestamos la tierra.
Todos a una, contra el sistema carcelario de los hombres.
El cerdo era limpio hasta que el hombre lo aprisionó en una pocilga, para que se revolcara en el estiércol. Llamar cerdo a un hombre, en este caso, sería ennoblecer al hombre.
Y los cerdos no queremos ser hombres, ni que los hombres lleven nuestro nombre y lo utilicen para sus porcadas de hombres.
"Rebelión en la granja". Por un mundo nuevo sin pocilgas.
El lunes a la(s) 12:20 · Me gusta · 1
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