Por dondequiera que fuese, pasaba de largo. No quería detenerse en ningún lugar, no quería pararse a hablar con nadie. Ella siempre seguía andando, sus pasos nunca se detenían, miraba de soslayo los escaparates de las tiendas y pasaba de largo, sin mirar a las personas. Dice que un día, al hablar con una persona, se quedó sin palabras, y desde entonces no tenía nada más que decir. Las cosas estaban así y, a su edad, ya no era posible cambiar de costumbres o caminar de otro modo. Las palabras se habían terminado y su destino era pasar de largo. Sin más.
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