martes, 3 de abril de 2012
LARGA Y ALTA DISCUSIÓN EN EL BAR
La sobrina de la peluquera nos lee una noticia del periódico: "De cada dos parados europeos, uno es español".
Dicen que al subir los precios y los impuestos, bajará el consumo y aumentará la pobreza, comenta la dueña del bar.
¿Surgirá una nueva revolución en Europa, una segunda revolución francesa?, pregunta la hermana del informático.
Interviene el historiador aficionado del barrio, que dice haber leído más de cien libros sobre la historia de las revoluciones, y nos pone el ejemplo dialéctico de unos vecinos. El primer vecino, nos dice, quería lo que tenía el segundo, y lo mató. El primer vecino aún está en la cárcel y tardará mucho en ser liberado. Otro ejemplo: Un vecino, amenazado, comparte lo que tiene con otro vecino, y ambos siguen viviendo. El primer ejemplo es real, el segundo es una utopía, un sueño.
Ya lo decía Hegel, advierte el politólogo del barrio. El desequilibrio histórico, la falta de respeto, de reconocimiento mutuo, lleva al enfrentamiento entre el señor y el siervo, que conducirá después a la revolución (francesa) y al terror (Marat, Robespierre), que es el dominio de la muerte (la guillotina, la Máquina, escribe Alejo Carpentier en El siglo de las luces). Sólo már tarde, después del terror, vendrá la rectificación histórica, la tolerancia y el reconocimiento mutuo entre los individuos (la democracia). Pero Marx y Engels lo interpretaron de otro modo, y Lenin y Stalin impusieron la dictadura del proletariado (en realidad, la dictadura del Partido único) sobre toda la sociedad.
Ya lo decía mi tío, que era cristiano progresista, ¿si tengo dos gallinas, debo dar una a mi vecino?, se preguntaba, angustiado.
Yo estoy con el poeta Rimbaud, opina la nieta del anarquista, cuando decía que primero es necesario que cambie el hombre, el individuo. Si no cambia el individuo, no cambiará la sociedad.
Querida, completamente de acuerdo por esta vez, responde el poeta romántico del barrio
O también: si no se transforma primero la sociedad, no cambiará nunca el individuo, añade la sobrina de la peluquera. Pero, ¿quién transformará a la sociedad si, antes, el individuo no se ha transformado?
Esto parece el cuento de nunca acabar, o el pescado y la serpiente que se muerden la cola después de haberse tragado la revolución de las sardinas a la brasa!, exclama el humorista del barrio.
El suplente del cronista
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