Juan Ferrándiz, La ratita presumida
Vivo en el sótano de la Pensión Ulises, y no puedo quejarme del trato que recibo: migas de pan y gotas de vino blanco por el pasillo que da al sótano. Ya digo, no puedo quejarme.
El otro día fui a una tienda de cintas y retales, a una mercería, a comprarme un lazo y tres palmos de seda para mi ajuar. Al salir de la tienda, se me acercó un vagabundo anciano, de largos cabellos blancos, zapatos agujereados por delante, en las puntas, y un traje de algodón ajado, con las mangas y los codos muy rozados por el uso. Me pidió unas monedas para el autobús y al principio no me lo creí. Pero lo volví a ver más tarde en una de las paradas del autobús que hay en mi barrio, me acerqué a él y le di un euro que me sobraba de la compra. Me sonrió como si viniera de otro mundo, y lo dejé allí, haciendo cola en la parada del autobús. Y ahora me pregunto y les pregunto: ¿No será ese vagabundo anciano el señor del que hablan ustedes, ese tal Dios que nadie ha visto nunca, y que yo, una humilde rata presumida, ha tenido el privilegio de conocer? Digo privilegio, porque según lo que he podido escuchar en la Pensión se trata de persona importante y digna de polémica.
Una ratita presumida de la Pensión Ulises
No hay comentarios:
Publicar un comentario