Embrujado,
el contenido del corazón
ardía en la hoguera.
La orfandad
le venía de madre.
Ella, su madre,
huérfana a los seis años,
fue acogida por uso parientes lejanos,
payeses ricos de la comarca de Lleida,
que tenían tres hijos varones.
Eran, pues, los tres hijos y la niña huérfana,
primos segundos,
que recibieron con gran alegría
a la nueva hermana adoptada.
Con el tiempo, ella,
la niña huérfana,
se casó con el hijo mediano
de aquella familia.
Casados, se trasladaron a la ciudad
de Barcelona,
a donde fueron a vivir
con una tía paterna, viuda, visionaria,
que poseía una tienda de comestibles.
La trastienda disponía de tres habitaciones,
vivienda en la que nacieron sus tres hijos,
dos niños y una niña.
El primer hijo murió a causa
de un mal diagnóstico médico.
Con el ataúd blanco dentro de casa,
las heridas hicieron crujir las paredes.
Se agudizó la orfandad de la madre, que,
transcurridos unos años, volvió a ser
un mujer vital, alegre, simpática,
pese a la orfandad cada vez más honda
que había arraigado en el corazón
de la madre y de su segundo hijo,
ambos enraizados en la madera del ataúd blanco.
Compartían el corazón troceado,
la sangre amorosa
que derramaba la orfandad de la madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario