sábado, 28 de junio de 2025

EL ATAÚD BLANCO



Embrujado,

el contenido del corazón

ardía en la hoguera.

La orfandad

le venía de madre.

Ella, su madre,

huérfana a los seis años,

fue acogida por uso parientes lejanos,

payeses ricos de la comarca de Lleida,

que tenían tres hijos varones.

Eran, pues, los tres hijos y la niña huérfana,

primos segundos,

que recibieron con gran alegría

a la nueva hermana adoptada.

Con el tiempo, ella,

la niña huérfana,

se casó con el hijo mediano

de aquella familia.

Casados, se trasladaron a la ciudad

de Barcelona,

a donde fueron a vivir

con una tía paterna, viuda, visionaria,

que poseía una tienda de comestibles.

La trastienda disponía de tres habitaciones,

vivienda en la que nacieron sus tres hijos,

dos niños y una niña.

El primer hijo murió a causa

de un mal diagnóstico médico.

Con el ataúd blanco dentro de casa,

las heridas hicieron crujir las paredes.

Se agudizó la orfandad de la madre, que,

transcurridos unos años, volvió a ser

un mujer vital, alegre, simpática,

pese a la orfandad cada vez más honda

que había arraigado en el corazón

de la madre y de su segundo hijo,

ambos enraizados en la madera del ataúd blanco.

Compartían el corazón troceado,

la sangre amorosa

que derramaba la orfandad de la madre.


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