Foto: Judith Xifré
I
Fue
de una calle a otra, de tienda en tienda, preguntando si sabían de
alguna habitación para pasar la noche. Le respondían que aquel
barrio no era turístico, que no encontraría hoteles ni pensiones.
Después de
una búsqueda desesperada, inútil, para conseguir una habitación y
estar lo más cerca posible de ella durante las noches, regresó al
hospital, agotado.
Ella le
estaba esperando con los ojos muy abiertos, como indicándole que no
buscara más una habitación donde pasar la noche. Había muerto. Le
cerró los ojos, le acarició unos instantes el lugar del dolor que
la había matado, le dio un beso y avisó a las enfermeras.
No se sabe a
qué bosque huyó cuando ella abandonó la habitación, antes de que
entraran las enfermeras.
Ramas de
hierbabuena e hinojo salieron tras ella, perfumando la huida, el
abandono.
En la
escalera del hospital, baldosas de hielo incrustadas en las paredes, gotean e impiden la visión a través del hielo.
II
Cuentan en el
barrio que ella se fue, le abandonó, mientras él buscaba una
habitación de hotel, hostal o pensión, para estar más cerca de
donde ella estaba.
En los bares
y tiendas de aquel barrio le dijeron que no sabían de ninguna
habitación de alquiler, y añadieron que aquel barrio no era
turístico como otros barrios de la ciudad.
Después de
buscar en vano aquí y allá, regresó de prisa al lugar donde ella
estaba. Subió por la escalera y se detuvo unos segundos en el
pasillo. Cuando él entró en la habitación, ella se disponía a
salir. Quería irse de allí. Tenía los ojos muy abiertos, como si
quisiera decirle que no buscara más casas ni habitaciones. Ya no
podrían volver a vivir juntos. Nunca más. Se iba, le abandonaba.
Ella había
muerto.
Los dos
estaban solos en la habitación del Hospital.
Le cerró los
ojos, le dio un beso y avisó a las enfermeras.
III
Cerró la
puerta de la habitación y salió al pasillo del hospital. Las
enfermeras le recomendaron que no se quedara a dormir en la misma
habitación donde ella se estaba muriendo. En el mismo barrio, cerca
del hospital, buscó habitación en un hotel, hostal o pensión. No
encontró ninguna. No era un barrio turístico, le dijeron. Quería
tomar un café en un bar. Pero no lo hizo. Volvió al hospital. Entró en la
habitación y ella estaba con los ojos muy abiertos, como diciéndole
que no buscara otra habitación. Le dio un beso y le cerró los ojos.
Éste no fue
el final de una historia de amor, en la habitación número 15 de un hospital, sino el
comienzo de otra historia amorosa, invocada en el silencio, en el infinito.