Según
las últimas declaraciones de un detective aficionado -famoso en el
barrio y que ha resuelto más de un caso de amoríos vecinales, con
riesgo incluso de su propia integridad física por obra de algún
marido despechado-, según ha declarado, decíamos, este detective mientras tomaba un café con leche en el bar del
barrio, la historia es la siguiente:
"Señoras y señores: La
infanta creo que es inocente, y su marido no tanto, en principio y según el fiscal. Ambos no han hecho sino
jugar en el Casino del Poder, como todos los mandamases de España que
no han sido ni serán denunciados ni por tanto juzgados.
En
el Casino del Poder los jugadores apuestan alto, ya lo sabemos, a veces ganan y
otras pierden, pero viven bien hasta que los pillan, confiados, pagando a
una criada o a un lampista con dinero negro, como hacen todos los
mandamases y, seamos sinceros, como también hacen los ciudadanos de bien con problemas.
Ahora imaginen la situación: Eres infanta sin haberlo pedido, por nacimiento eres infanta y te educan para serlo cada día más. Pasan los años, la gente te adula, te quiere, cumples con tu trabajo, comienzan a ofrecerte regalos, de vez en cuando te hacen firmar un papel, un visto bueno, y no desconfías. Pero un día, no estás en casa, hay un escape de agua en la cocina, la criada o asistente llama a un lampista, luego le pagan sin hacer recibo y, claro, si alguien lo denuncia, ya tienes "un problema de lampista que
trabaja en negro porque está en el paro". Más tarde, van saliendo otras cosas, todo se manipula, te aplican la famosa "pena del telediario" y la bola de nieve comienza a rodar, cada vez rueda con más fuerza y se hace más grande, voluminosa.
Es
lo que tiene cuando frecuentas el Casino del Poder. Si no eres precavido, si confías demasiado en los secretarios y asistentes: un día puedes caer en desgracia y enseguida te ponen el
sambenito, la túnica del chivo expiatorio que todos guardamos en el
armario para ponérsela al otro en sus momentos de debilidad, ¿no es cierto?
Pues bien, señoras y señores, la infanta y su marido han sido imputados en el Gran Casino del Poder, a veces ganamos, a veces perdemos, "sálvese quien pueda!",
gritan los mandamases de la política, las finanzas, la religión,
los medios de comunicación, es decir, todos aquellos seres poderosos y sin embargo puros,
inmaculados, que nunca han pagado en dinero negro ni han intentado o
conseguido engañar al fisco descontando una factura ambigua en la
declaración de renta.
Éste es, pues, el resultado de mis indagaciones, señoras y señores: La infanta y su marido son, en conclusión, utilizados como chivos
expiatorios de los males de España y sus corrupciones", sentencia el detective aficionado.
"¡Vaya investigación y defensa que hace usted! Así condenan a cualquiera!", exclama la madre del estudiante de derecho.
"¿Exagerada
hipótesis, no?", pregunta la dueña del bar.
"¿Qué diría Clara Campoamor sobre este asunto? Por ser mujer, la infanta está más perseguida y condenada ya de antemano, y es objeto de burla en las tertulias de radio y televisión cuando hablan de amor y de su matrimonio", afirma la bibliotecaria del barrio.
"De acuerdo. Pero es indignante,
todo esto es indignante, y aquí nadie pide perdón", responde
la vecina que confecciona vestidos de muñeca en su casa.
"Abuso
de poder, todo es abuso y voluntad de poder", comenta la sobrina de la
peluquera que estudia Humanidades.
"¿Y si se reuniera toda la familia real con los políticos y financieros, y públicamente pidieran disculpas, todos juntos?", pregunta el hijo del informático.
"España
está mareada, y no de cerveza precisamente, ¡venga otra Estrella o San Miguel fresca!",
exclama el humorista del barrio.
"Marchando", dice la dueña del bar.