El
cantante Manolo Escobar nos ha dejado, ha dejado a España más
huérfana sin su carro, pero siempre nos quedarán sus discos, con el
"porom-pom-pero" como símbolo de una España alegre a su
manera, sobre todo durante los pobres fines de semana y las verbenas
de San Juan y San Pedro, con aquellos tocadiscos portátiles,
aquellas neveras portátiles para playa y campo, y cuando aún no
teníamos teléfonos portátiles, excepto la policía, que estaba en
todas partes.
Pero a mi madre le gustaban más los boleros de
Antonio Machín, cuando las madres aún no llevaban minifalda, y
nosotros, algunos menores de edad, íbamos ya al Club Paul Anka, de
Barcelona, con amigos y amigas.
El club estaba junto al San
Carlos, la sala donde reinaban Los Sirex, y nuestro mitos musicales
eran Elvis, Paul Anka, Ray Charles, Brenda Lee, Neil Sedaka, Cliff
Richard y los Shadows, Adriano Celentano, Françoise Hardy, Sylvie
Vartan y tantos otros, cuyas voces nos llevaban lejos de la música
española y las sardanas de aquel tiempo, que ya nos pillaban lejos,
en otra calle, en otro club, bailando el rock y combinando los
primeros licores y fracasos sentimentales.
Cuento esta historia
porque sé que a Manolo Escobar, que era una persona muy cordial y
abierta, no le hubiera molestado, e incluso habría sonreído y nos
habría invitado a tomar una cerveza en la Plaza Real. Estoy seguro.