Entra un cliente nuevo en el bar y dice que tiene unas cuantas ideas para hacer un cambio radical en la ciudad de Barcelona y acabar, de una vez por todas, con las famosas e históricas construcciones modernistas, también con los muebles, las lámparas y las farolas, con todos esos parques y jardines de la burguesía catalana de esta ciudad, ya sean de derechas o de izquierdas, que de todo hay en la viña del señor, con su respectiva mujer e hijos. En primer lugar, dice, habría que derribar la Sagrada Familia, la Pedrera, el Parque Güell y todas las demás obras de Gaudí, incluidos sus muebles incómodos, de tortura, y aquellas farolas aparatosas e inútiles para cualquier iluminación. También habría que derribar, uno a uno, todos los edificios modernistas de otros arquitectos, con sus filigranas mareantes y el dichoso "trencadís" (simple cerámica rota), todas las construcciones "noucentistes", neo-neo-clásicas, tan pesadas con sus miles de columnas por todas partes, y también todas las instalaciones deportivas, edificios mastodónticos y plazas duras (el otro extremo, no hay quien entienda a la burguesía catalana y sus Ayuntamientos) construidas por los hijos de aquéllos, también diseñadores de muebles, farolas, parques y jardines de esta ciudad, Supermercado del Diseño, sin olvidarnos del Liceo, el horroroso Palau de la Música o el Camp del Barça, siempre predispuesto al agravio, a la ofensa. Que de todo ello no quede piedra sobre piedra, y que amanezca una nueva aurora sobre el gran solar de Barcelona, por fin limpia y purificada. ¿Qué pondríamos en su lugar, en los nuevos solares, se preguntarán ustedes? Esto ya lo veríamos, dependería de las propuestas que entre todos presentaríamos a la ciudadanía, con derecho a voto, con la participación activa de todos los turistas, sin excepción (ya liberados de la tiranía de la Sagrada Familia y otros engendros), pues no en vano son ellos los que realmente nos pagan y nos alimentan generosamente, y tienen sus ideas al respecto que no debemos ignorar, opina el nuevo cliente del bar.
Sí, me parece una buena idea, sería como empezar de nuevo, dice la cuñada del dentista, y así podríamos reivindicar más instalaciones en las calles de las estatuas de aquellos conquistadores de las Indias y de medio mundo, así como de egregios militares y políticos más actuales, personalidades que tanto hicieron por la buena imagen de España, unida y sólo diferente para el turismo
Perdone, señora, pero creo que no lo ha entendido bien, responde el nuevo cliente del bar, al que llamaremos desde ahora el "cliente utópico". Se trataría, explica, de demoler las casas y los ascensores, de hacer desparecer los muebles y las farolas, los parques y jardines de la burguesía catalana, sí, pero no sólo catalana, sino de toda la península ibérica en general.
Pero en el resto del Estado no tenemos por fortuna esta burguesía con pretensiones modernistas y jardineras, ¡a ver si nos aclaramos!, dice la fiscal del barrio. No vamos por ahí pitando ni diciendo que nuestro club es más que un club, ni somos sobiranistas sin soberano, y toda esa martingala contranatura, digo, anticonstitucional.
En parte tiene razón, señora, responde el cliente utópico. Por eso mismo habría que empezar por aquí, por esta ciudad que sufre pecado de soberbia, diseño, turismo borracho y manifestaciones multitudinarias para no sé qué consultas, que dan mala imagen y entorpecen el tráfico. Hay que demoler hasta los cimientos tanta pretensión modernista y neoclásica, con fachadas falsas de catedrales y tantos humos, tanta pretensión huera, cara e incómoda. Luego, ya hablaríamos sobre el resto.
Vaya discurso decimonónico que nos ha soltado el señor, ¿y dónde pondríamos la estatua de Stalin y su comité? ¿En el solar de la Sagrada Familia, junto a las cabras?, pregunta el politólogo.
Hombre, no sea negativo, no ponga palos a la rueda del futuro, como dicen aquí, replica el cliente utópico.
Pues mi madre es burguesa y está en paro, dice la hermana del informático.
Mi bisabuelo, anarquista pacifista, tuvo una novia que descendía de la familia de los Güell, aquellos que financiaron a Gaudí, indica la nieta del anarquista.
Pues mi padre era pequeñoburgués, tenía una tienda y desertó de los dos bandos durante la guerra, dice la sobrina de la peluquera. No lo fusilaron de milagro, oculto en una madriguera de conejos con otros desertores.
¡Pues anda que mi madre!, que se lió con un burgués de Pedralbes, y ahora tiene un novio de Esquerra Republicana. Ah, por cierto, soy hija de padre desconocido, ¡y por lo tanto ignoro la ideología y el patrimonio patriarcal de mi familia, a dios gracias!, suelta a bocajarro la hija de la bibliotecaria.
Burguesía, castas de aquí y de allá, de derechas, de centro y de izquierdas, pero, ¿quién se lleva, no las migajas, sino el gran pastel de la pastelería turística de la ciudad?, pregunta el poeta romántico, que tiene las musas un tanto extraviadas últimamente, indica la dueña del bar, riendo.
Pero, señora, atención, ¡es que con tanto jaleo no hay quien escriba un poema que rime un poco!, exclama el humorista del barrio, saliendo en defensa del poeta.
¡Ni quien venda un maldito poemario!, se queja la librera del barrio.
La primitiva Sagrada Familia, y las cabras