Foto: J. X.
Cuentan los del lugar
que un invierno
fueron visitados
por una pareja
de viejos enamorados,
que, por tercera vez,
intentaban otro noviazgo.
Sin duda,
un noviazgo
inverosímil,
teniendo en cuenta
la edad de ambos
y la fragilidad de sus cuerpos.
De todos modos,
pese a la burla social
y a la fragilidad,
seguían paseando de la mano
por las callejuelas
de aquel lugar apartado,
escondido entre altas montañas.
Seguramente,
ya no hacían el amor,
comentaban algunos,
pero ellos, sin hacer caso,
seguían arriba y abajo,
paseando
cogidos de la mano.
Una niña y un niño
sonreían con ternura,
encantados,
al verlos pasar,
despellejados
por el amor
y el deseo.
La novia
tenía una larga melena
de cabellos blancos y rizados,
y danzaba
como dama del lago,
espectral,
muerta y resucitada.
Mientras que el novio,
con sus ojos y pestañas
de unicornio triste,
iniciaba pasos de baile
al modo de un caballero,
muerto y resucitado.
Una noche se fueron del lugar
y nunca más volvieron.
En un bosque lejano,
debajo de un montón de hojas
de otoño y piedras amarillentas,
yacen dos esqueletos
abrazados,
sin nombre.

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