Robert Krier, Homenaje a Joan Salvat-Papasseit (en el puerto de Barcelona), y, abajo, fotografía real del poeta.
Si observamos
la escultura de la fotografía que reproducimos, del escultor Robert
Krier, descubriremos que se trata de una imagen desmesurada que retrata idealmente, sin medida alguna, al poeta catalán Joan
Salvat-Papasseit (1894-1924) como si fuera el poeta inglés Lord Byron (que, por cierto, era cojo), cuando en realidad el poeta catalán era de cuerpo flaco, enjuto, de rostro agitanado, que
murió de tuberculosis en 1924.
Lord Byron en Albanian, según un cuadro de Thomas Phillips de 1813.
1924, año también de la muerte de Kafka, otro escritor físicamente idealizado, pero éste en el aspecto de escritor atormentado, como si nunca hubiera sido feliz yendo al teatro, nadando o remando, como apunta en sus Diarios.
Lord Byron en Albanian, según un cuadro de Thomas Phillips de 1813.
1924, año también de la muerte de Kafka, otro escritor físicamente idealizado, pero éste en el aspecto de escritor atormentado, como si nunca hubiera sido feliz yendo al teatro, nadando o remando, como apunta en sus Diarios.
Está bien
idealizar la materia, puede ser gratificante y fuente mágica de
ensueños, mitos y símbolos, pero cuando se la idealiza tanto, ya en
plena desmesura, ¿no habrá ignorancia de lo que se está haciendo
por parte del idealizador que idealiza lo que no ha sido ideal, sino
real y materialmente defectuoso (tarde o temprano) como la vida
misma?
II (31.3.2014)
¿Imágenes platónicas,
retratos falsos de los escritores y artistas que amamos? Ayer
comentábamos la desmesura escultórica de una estatua dedicada a
Joan Salvat-Papasseit, situada en el puerto de Barcelona.
El poeta catalán, que había vivido la primera guerra mundial del 14, como Kafka, lo retratan musculoso ("Vaya par de muslos!", comentaba ayer el poeta Osías Stutman), y vestido como si fuera contemporáneo de los poetas románticos Goethe, Lord Byron o Shelley.
Salvap-Papasseit murió en 1924, de tuberculosis, año también de la muerte por tuberculosis de Franz Kafka, otro escritor físicamente idealizado, pero éste en el aspecto de escritor atormentado, como si nunca hubiera sido feliz yendo al teatro, nadando o remando, como apunta en sus "Diarios" (decíamos ayer), y que podemos observar en una fotografía en el balneario de Marielyst, en compañía de su amigo Ernst Weiss.
Escritores y lectores hemos idealizado el rostro de Kafka viendo en las portadas de libros una fotografía de cuando ya estaba muy enfermo, y algunos la hemos colgado en nuestra habitación de adolescentes, como si éste fuera el rostro natural del escritor desde que empezó a escribir, y que sedujo con su mirada visionaria a más de un poeta y una dama (y por supuesto a los pobres editores y ensayistas mitólogos aterrorizados por el insecto de La metamorfosis (o la "transformación", traducen otros), que durante décadas nunca entendieron el humor kafkiano).
Puesto que Kafka, aunque se rasguen las vestiduras algunos devotos y mitómanos, ahora ya sabemos (cosas de la edad) que fue un seductor encantador y peligroso, donjuanesco a su modo, pero aprisionado por una serie de obstáculos familiares y laborales. Sin olvidar las incomodidades físicas que no le permitían acceder al sagrado ministerio o proceso del matrimonio, como había dicho y escrito Kafka en más de una ocasión para ahuyentar a las presuntas novias, y cuyas dilaciones y estrategias de distracción tan bien ha estudiado Elias Canetti en su libro El otro proceso de Kafka (aunque en el último año de su vida, viviendo en Berlín, estuviera acompañado por Dora Dymant, con escasez de carbón incluida, como relata en El jinete del cubo).
II (31.3.2014)
El poeta catalán, que había vivido la primera guerra mundial del 14, como Kafka, lo retratan musculoso ("Vaya par de muslos!", comentaba ayer el poeta Osías Stutman), y vestido como si fuera contemporáneo de los poetas románticos Goethe, Lord Byron o Shelley.
Salvap-Papasseit murió en 1924, de tuberculosis, año también de la muerte por tuberculosis de Franz Kafka, otro escritor físicamente idealizado, pero éste en el aspecto de escritor atormentado, como si nunca hubiera sido feliz yendo al teatro, nadando o remando, como apunta en sus "Diarios" (decíamos ayer), y que podemos observar en una fotografía en el balneario de Marielyst, en compañía de su amigo Ernst Weiss.
Escritores y lectores hemos idealizado el rostro de Kafka viendo en las portadas de libros una fotografía de cuando ya estaba muy enfermo, y algunos la hemos colgado en nuestra habitación de adolescentes, como si éste fuera el rostro natural del escritor desde que empezó a escribir, y que sedujo con su mirada visionaria a más de un poeta y una dama (y por supuesto a los pobres editores y ensayistas mitólogos aterrorizados por el insecto de La metamorfosis (o la "transformación", traducen otros), que durante décadas nunca entendieron el humor kafkiano).
Puesto que Kafka, aunque se rasguen las vestiduras algunos devotos y mitómanos, ahora ya sabemos (cosas de la edad) que fue un seductor encantador y peligroso, donjuanesco a su modo, pero aprisionado por una serie de obstáculos familiares y laborales. Sin olvidar las incomodidades físicas que no le permitían acceder al sagrado ministerio o proceso del matrimonio, como había dicho y escrito Kafka en más de una ocasión para ahuyentar a las presuntas novias, y cuyas dilaciones y estrategias de distracción tan bien ha estudiado Elias Canetti en su libro El otro proceso de Kafka (aunque en el último año de su vida, viviendo en Berlín, estuviera acompañado por Dora Dymant, con escasez de carbón incluida, como relata en El jinete del cubo).