Foto: J.X.
Malvivía a oscuras.
Apagaba las luces de casa
para no ver en ningún espejo
el rostro desfigurado,
los labios despellejados,
aquella mirada fija, impenetrable,
que llevaba dentro,
como un sepulcro vacío
colmado de esencias
cuya custodia
le había sido destinada
para que, en tiempos remotos,
hubiera memoria
del aroma de todas las flores,
que la novia muerta
había recogido de los bosques
para perfumar los escondrijos
en que él y otros y otras como él
se tambalean
y malviven
con un lirio quemado en la mano.

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