jueves, 20 de mayo de 2021

LA CRUCIFIXIÓN INTERIOR

Foto: J.X.

Cada día apuro el cáliz amargo de una cerveza en este bar de mala muerte, donde nos hemos conocido, me dice.

Y prosigue, hablándome en susurros:

Digo de mala muerte porque este lugar es el único que puede acogerme para apurar otro cáliz y hacer más llevaderos los pasos con que voy ascendiendo al Monte de las Cruces.

Mortificado por dentro a lo largo de la ascensión, cuando llegue a la cumbre estaré ya crucificado y muerto (les ahorraré una cruz a los verdugos), y podré ya ser arrojado abajo, directamente al vertedero con los otros crucificados que no son santos ni inocentes, como Cristo, sino culpables por haber malbaratado la vida de la peor manera.

No confesaré, no te confesaré nada más. Aunque sí que puedo añadirte que apuro el cáliz amargo de cerveza que me sirven cada día en este bar -en este lugar de mala muerte que acoge mi crucifixión interior-, por haber cometido delitos de amor en mi vida abismal, alucinada (ahora dicen “vida marginal, vida maldita”, no saben lo que dicen).

Hay arrepentimiento y castigo íntimos, como lo prueba la crucifixión interior que te destruye, pero no habrá confesión de los pecados en un confesionario, ni penitencia ni absolución de la pena. Hay autocastigo, crucifixión de uno mismo en soledad, incomunicado de todo el mundo, pero no habrá confesión, ni penitencia, ni perdón. Faltan las palabras.

Cuando salimos del bar y nos despedimos, nos separamos como si cada uno arrastrara por dentro una cruz, dudando al avanzar por la calle, después de apurar otro cáliz amargo de cerveza. Cada uno con su cáliz, cada uno con su cruz. Por delitos de amor.

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