Foto: J.X.
Vivía en una ciudad húmeda desde que nació, y además en un barrio cerca del puerto. No es de extrañar, pues, que las manchas de humedad fueran una constante en su vida.
Aparte de las típicas manchas de humedad en las paredes de las casas, él sentía también la acción agresiva de la humedad en su interior.
Le costaba mucho recuperar el calor del cuerpo, incluso en verano. En cuanto al alma, siempre la tenía con escalofríos, con el consiguiente debilitamiento general.
Como si las manchas de humedad se hubieran instalado dentro de su cuerpo y se extendieran hasta manchar el alma. Como si ésta fuera un trozo de pared húmeda que le provocaba esos escalofríos que lo debilitaban para llevar una vida normal.
Esas manchas de humedad que aparecían en su interior imposibilitaban cualquier equilibrio, y por eso dudaba tanto cuando salía a la calle y coincidía con algunos amigos o conocidos: siempre estaba a la espera de que se produjera, en cualquier momento, la próxima caída.
Cuando la duda se agudizaba y los escalofríos del alma lo amenazaban con sepultarlo en la humedad, se veía obligado, con toda la discreción posible, a recurrir a algún pretexto urgente para irse cuanto antes y abandonar cualquier relación o reunión. Intentaba huir, salvarse de la corrosión de las manchas de humedad en el corazón, que lo iban desconchando poco a poco hasta abrirlo y resquebrajarlo.
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