Los huesos de Cervantes, otra vez.
Dicen que cuando te mueres, la gente
te quiere más, incluso los que nunca te han querido. Muerto y
enterrado, dicen, ya no molestas ni compites, ya no ocupas ningún
lugar entre los vivos.
Es decir, ya no le podrás quitar la novia o el novio a nadie, y el premio o la subvención serán para el otro, el vivo, o por lo menos, el más vivo.
Pero hay muertos que ni muertos dejan de sufrir el acoso de los vivos. Como Cervantes, al que ni aun estando
muerto puede descansar tranquilo, lejos de los fulanos y las fulanas.
No quieren dejarlo en paz y le estorban el sueño, y escarban, escarban con guantes blancos tumbas, privilegios y fosas comunes, por un hueso de más o de menos. Presunto, imputado, investigado hueso, como dirían algunos, que han introducido ya, sin más demora arqueológica, en el nicho de la esposa de Cervantes, doña o señora Catalina de Salazar ("Nunca -dijo a este punto Sancho Panza- he oído llamar con don a mi señora Dulcinea, sino solamente la señora Dulcinea del Toboso, y ya en esto anda errada la historia"), nicho que hasta ahora compartía con Sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega. Ambas sin duda un tanto sorprendidas e incómodas por la presencia de unos huesos presuntos, imputados e investigados, pero a ciencia cierta desconocidos, y vete a saber a quién nos han puesto dentro por los siglos de los siglos.
3 comentarios:
Dicen que en este país, tan pródigo en envidias y puñaladas traperas vestidas de seda, hay que morirse para que hablen bien de ti. Pues eso.
Me hubiera gustado que se encontraran los huesos de Cervantes. Como los amantes del Quijote ingleses que a principios del XX se arrodillaban y besaban la tierra de lo que decia ser la famosa venta, yo también me hubiera arrodillado ante los huesos de nuestro Cervantes. Los españoles no solemos hacer esas cosas por recato. Somos tímidos en la expresión de nuestra profundidad. Pero yo a Cervantes lo adoro. No lo confundo como hiciera Unamuno con su Quijote. El fue el creador.Su protagonista solo obedeció los designios de su pluma.según escribió Cervantes al final del gran libro: Tate tate, folloncicos!, de ninguna sea tocada, porque esta empresa, buen rey, para mi estaba guardada
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