LOS LÍMITES DEL LENGUAJE

"Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", le dijo un amigo citando al filósofo Wittgenstein (nada que ver con la supuesta princesa que ha colaborado con España en "asuntos de materia reservada y clasificada", a lo sumo un parentesco muy lejano con el filósofo, según dicen los entendidos en nobleza decadente europea). Desde que oyó esta frase en boca de su amigo, comenzó a leer ensayos, enciclopedias, diccionarios, tratados de filosofía y lingüística, como aquellos personajes autodidactas, Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, que quieren aprender todos los oficios leyendo enciclopedias y tratados.

Pasaron los años, y un día, invitado a la cena de un premio literario, escuchó una frase semejante a la que le había dicho su amigo, pero ahora en boca de un editor potente, que dijo, satisfecho: 

"Los límites de tu economía son los límites de tu libertad". 

Y una amiga del editor, sonriendo frívolamente, añadió otra frase, parecida también a la que él ya conocía: 

"Los límites de mi belleza  son los límites de mi futuro". Y todos rieron la réplica de la amiga.

Él, contento por la oportunidad que se le brindaba, respondió enseguida que ya tenía la respuesta al enigma que había planteado Wittgenstein. Pero no le dejaron hablar, ya no pudo decir nada más, pues el editor, su amiga y otros comensales llamaron de inmediato a un camarero fornido que había junto a la mesa, y le ordenaron que expulsara al "usurpador de un sitio en la mesa", dijeron, puesto que aquel individuo tan impertinente no había sido invitado por nadie.

Triste y perplejo, fue arrojado del restaurante, calló para siempre y no volvió a hablar en su vida sobre asuntos trascendentes. 

Fue así como la humanidad no supo nunca cuál era la respuesta al enigma filosófico formulado por Ludwig Wittgenstein.