Vilanova de l'Aguda
En mis prosas y poemas hay fragmentos de la infancia y de la juventud, si bien todo interiorizado y transformado mediante recreaciones.
Hace ya un tiempo que trabajo, literariamente, la sensación de abandono, a pesar de que yo no he sido un niño abandonado. Pero sí que incorporé, bien adentro, el sentimiento de orfandad de mi madre. Sus padres murieron muy jóvenes, y ella, la más pequeña de la familia, debía de tener cinco o seis años. Junto con sus cuatro hermanos, fueron repartidos entre los familiares más próximos. Mi madre no quería hablar mucha de estas cosas, pero su orfandad la llevaba siempre en su mirada, una mirada muy amorosa con su marido, nuestro padre, y con sus dos hijos, mi hermana y yo (su primer hijo murió de pequeño, y no llegué a conocerlo).
II
La niña (mi madre) fue adoptada por la familia de mi padre, unos payeses “benestants” de Vilanova de l'Aguda, un pequeño pueblo situado entre Ponts y Ribelles (de la comarca de La Noguera, Lleida). Esta familia tenía tres hijos, mayores que mi madre, siendo mi padre el hijo mediano (los hermanos menores eran “cabalers”, a diferencia del hijo mayor, que era “l'hereu”). Los tres hermanos recibieron encantados a la niña pequeña, huérfana. Eran “cosins prims”, primos lejanos.
Vilanova de l'Aguda
Durante la guerra civil, mi padre, cuando fue destinado al frente de Aragón, desertó junto con otros soldados, que huyeron hacia los Pirineos. Mi padre, a causa de una caída, se lesionó una rodilla y no pudo llegar a Andorra. Tuvo que refugiarse en casa de unos parientes que vivían en el Molí de la Vall de l'Ingla, y que tenían también dos hijos desertores. De día se ocultaban en las grutas de los bosques, y de noche volvían a casa, al Molí. Al finalizar la guerra, estuvo en un campo de concentración. Pero como sus padres eran católicos y tenían buena relación con el Obispado de Solsona, pronto fue liberado y volvió a la “casa pairal” de Vilanova de l'Aguda, y al cabo de poco ya se casó con mi madre en la misma iglesia del pueblo. Como eran “cosins prims” (primos lejanos), tuvieron que casarse con autorización previa de la iglesia.
Los padresIII
Antes de la guerra, mis abuelos colocaron a mi padre como aprendiz en los famosos Colmados Simó, de Barcelona, situados en la calle Mayor de Gracia. Era una especie de Colmado-Escuela de Trabajo, donde algunas familias “benestants” llevaban a sus hijos, en régimen de internado, para que se formaran como tenderos, y ponerles, después, una tienda. Pasado el aprendizaje, mis abuelos le compraron a mi padre un colmado en la calle Rosellón, cerca del Paseo de Gracia, que perdió durante la guerra a causa de las expropiaciones y persecuciones a que eran sometidos, en Catalunya y en otras poblaciones de España, propietarios y religiosos.
Otros aprendices, de familias modestas, podían llegar a ser encargados de tiendas famosa, como un compañero de mi padre, que fue el encargado de Casa Massana, situada en la calle Ferran (cerca de la plaza Reial (aún se conserva el letrero, que reproducimos), propiedad de Agustí Massana i Riera, cuyo hijo, Agustí Massana i Pujol, coleccionista de arte, fundó la Escola Massana, Conservatori d'arts i oficis.
Casa Massana
IV
Una “tieta” paterna de mi padre se había casado con un tendero de Barcelona, que tenía una carnicería en la calle Escudellers, Al enviudar, la “tieta” pidió a mi padre si podía ayudarla en la tienda e ir a vivir con ella. Así pues, mis padres al casarse fueron a vivir con la “tieta” en la vivienda de la tienda, es decir, en la trastienda, donde ya nacimos nosotros, sus hijos.
Algunas palabras sobre mi “tieta”, una persona fundamental en mi vida: mi “tieta paterna” tenía la virtud de curar los celos amorosos de los niños, en el comedor de la trastienda, con una imposición de las manos en la cabeza. Lo hacía a cambio de nada, aunque algunas madres le regalaban un ramo de flores, agradecidas por la curación de los celos que padecía el niño o la niña.
Decían que la “tieta”, de niña, ya salvó de la muerte a uno de sus hermanos. No sé. Biografía y leyenda. Lo cierto es que ella, los domingos y otros días de fiesta, celebraba, en el tocador de su habitación, sus propias celebraciones cristianas. Tenía en la mesa de mármol jaspeado del tocador, una imagen de San Pancracio, la Cruz de Caravaca, el Niño Jesús en una camita de madera y paja, un cuadro de la Virgen, etc.
Otro misterio: en un pequeño despacho de la trastienda había una mesita con un cajón secreto que contenía colecciones de cromos y postales, libros eróticos del polémico autor Alfonso Vidal y Planas (cuyo título más famoso fue la novela teatral místico-erótica Santa Isabel de Ceres, publicada en 1922). Asimismo, encontré en el cajón secreto una Historia del Espiritismo, entre otros libros.
Mis padres y algunos familiares consideraban que la “tieta” era una persona alucinada, visionaria, pero yo, con pasión de niño, salía en su defensa: en defensa de la dama ofendida, como si fuera uno de los caballeros de la legendaria Tabla Redonda. Ella era una persona tan delicada y tierna, tan mística, que aquel niño tenía fe en la espiritualidad de la “tieta”, cuyo marido difunto, algunas noches, venía a visitarla y salían juntos a dar un paseo por el pasillo de la trastienda.
Todo esto lo adiviné y comprendí mucho más tarde, cuando se lo conté a Judith, mi compañera.
Judith y Albert