Foto: J.X.
Cuando era auxiliar de 1ª (a los diecisiete años)
dejaba mensajes amorosos
en las carpetas de los archivos
que abriría ella en la oficina
(de quien se enamoraba de tanto observarla
y que en realidad apenas conocía).
Un buen amigo le advirtió
que ella había sufrido un desengaño amoroso,
y por eso él sabía que, en caso de hablar,
sería rechazado. Era, pues, mejor callar
y distribuir declaraciones de amor al azar.
Ahora, lejanos aquellos días,
a veces deja bocadillos en las papeleras
que algunos vagabundos le han rechazado.
Luego, cuando él se aleja,
van a la papelera a buscarlos.
Él los ve de lejos y sonríe:
está acostumbrado al rechazo,
a ser rechazado incluso por los vagabundos.
Ha caminado un largo trayecto
para ir desde el rechazo
de la declaración de amor anónima,
al rechazo, también anónimo, de esos bocadillos.
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