hoy de un pie y mañana del otro,
y pasado mañana, quién sabe,
cojeando de ambos pies,
deja que apoye mi cabeza
en la sombra de tu hombro,
en la fortaleza de tu ausencia,
y que no tropiece aquí y allá
con el duro vacío de las calles.
Nota.
Pon tu cabeza en mi hombro.
Título de una canción que bailábamos en el Club Paul Anka, fundado en el almacén de un bar de la calle Mayor de Gracia, donde un hombre mayor, extranjero, marinero del Norte, según decía, intentaba seducir a un frágil adolescente invitándolo a unas copas de ginebra. Mientras tanto, al fondo del bar, todas las chicas y los chicos bailaban como rebeldes sin causa, y se iban enamorando con un amor quebradizo, efímero, sin aquel tú eres mi destino, a pesar de la canción.
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