Foto: J.X.
La desesperación de no encontrarla,
la enfermedad mortal de no verla
al doblar una esquina.
No estaba siquiera
a la sombra de un ciprés, ningún día.
Lugar adonde antes, con puntualidad,
acudía sin falta.
Y donde se abrazaban una vez más
para despedirse para siempre,
por si acaso mañana
no pudieran encontrarse
en el mismo lugar:
ella con las manos abiertas,
él, cubriéndolas de flores.
Los que sospecharon la historia
de aquellas citas desesperadas
a la sombra de un ciprés,
dicen que aquel lugar,
aquel sitio hoy tan vacío,
huele siempre a flor renacida.
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