viernes, 18 de febrero de 2022

UNA POLILLA EN CASA

Era incorregible.

Se había enamorado otra vez.

Otro amor efímero: esta vez era una polilla que hacía varios días que vivía con él en casa.

Le gustaba verla revolotear de una lado a otro, en los cristales del balcón, en las habitaciones, o parada en una cortina.

Tampoco le importaba que se comiese algo de borra o lana de la ropa guardada en el armario, como le había advertido siempre su madre cuando ponía unas bolas blancas de naftalina en la ropa para ahuyentar la voracidad de las polillas, decía. Al contrario, ahora que vivía solo, dejaba el armario entreabierto para que esta amiga pudiera acceder al interior y alimentarse para sobrevivir.

Pero un mediodía, mientras él fregaba unos platos, la polilla revoloteaba por la cocina, se paró en el mármol de la pila del fregadero y una salpicadura de agua le mojó las alas. Al intentar salvarla, la polilla, moviendo apenas las alas mojadas, se desprendió de los dedos dejando un polvillo, y fue tragada por el desagüe de la cocina.

Aún hoy siente pena por la pérdida de aquella polilla.


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