domingo, 20 de febrero de 2022

EL BRAZO

Foto: J.X.

Se arremangó la camisa, apoyó el brazo en la barra del bar y me mostró las cicatrices. Eran unos cortes, me dijo, señalándose las venas.

Por un asunto de juventud se las había cortado, me confesó, poetizando lo ocurrido para no explicarlo con tanta crudeza: “La sangre se derramaba por el brazo como si fueran hilos o tallos delgados de un ramo marchito, que goteaba en el suelo de la habitación.

Como si las flores secas se deshojaran bajo una fina lluvia roja, formando un pequeño charco de pétalos y sangre.”

Se bajó la manga de la camisa, se abotonó el puño, y salimos del bar. Ya en la calle, sentí un escalofrío húmedo en el brazo, como si alguien me cortara las venas con una hoja de afeitar y la sangre comenzara a derramarse. No dije nada. Nos dimos la mano y paseamos un rato, sin hablar, como dos novios improvisados. Como dos novios recientes, difuntos. 

Pasaron los días y las palabras.

Una noche lo encontraron muerto en la calle.

Llevaba un papel escrito en el bolsillo, envuelto en un pañuelo rojo. Era una confesión, dirigida a mí.

Sí, había sido él. 

Sentí un escalofrío de ceniza en la mano.

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