Aquel vagabundo sostenía
que se puede hacer el amor
con las palabras.
O, mejor dicho,
mediante las palabras,
si, al soñarlas,
sabes tratar y enlazar
a cada una de ellas
con tiempo y delicadeza.
Acariciándolas, embelleciéndolas,
como si fueran partes deseadas
de un cuerpo distante.
Ausente, la deseada.
Trabajar las palabras en el sueño amoroso
e ir descubriendo, palabra a palabra,
el misterio de un cuerpo
cuya piel, ofrecida a ti en el sueño,
desnuda te revelará
los secretos más oscuros.
Esto sostenía aquel vagabundo solitario,
que al finalizar el cuento advertía,
algo burlón y triste:
harás el amor, gozarás las palabras,
pero no te serán revelados
los secretos más oscuros,
y sólo tendrás en las manos
la desnudez fría, pegajosa,
de un amor imposible.
Y acaso otro poema para el bolsillo,
que nadie leerá.
Fotografía: Photoroom.com
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