Foto: J.X.
Cuando me lo contó no podía comprenderlo.
La muerte -me dijo-, con una fina hoja de acero, le había cortado por la mitad, seccionándolo en dos partes casi iguales.
Pero estaba condenado a sobrevivir con las dos mitades a cuestas: una mitad, viva, y la otra mitad, muerta.
Una de las dos partes, la viva, mueve los pies y anda todavía por ahí, vagando por las calles y mirando al azar, o entrando en este bar, donde a veces nos encontramos.
La otra parte, la muerta, la del corazón muerto, cuelga detrás de la parte viva, atada a su espalda, como si arrastrara un gran saco de días y recuerdos acumulados -unos, maltrechos, rotos a pedazos; otros, enteros, pero embalsamados-, todos ensangrentados desde el día en que la vida fue cortada en dos, por la mitad.
Vida de otro tiempo embutida en un saco de muerte sangrante, un saco agujereado, que gotea por las costuras y va dejando un rastro de sangre allá por donde pasa la parte viva y la parte muerta.
Ahora, con el paso del tiempo, he comprendido lo que me contó sobre las dos partes, las dos mitades de su vida.
1 comentario:
Comentario de "Una lectora del barrio":
Aunque no lo confesó, sabía que la parte muerta se iría comiendo a la viva y al final podría descansar. Pero también temía que los espíritus del bosque necesitaran su compañía y tuviera que quedarse arrastrando su dualidad. Quién sabe que parte, la vida o la muerte, vencerían a tan dolorosa lucha.
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