Foto: J.X.
Cuenta la leyenda que, un sepulturero, enterado del amor que se tenían una niña y un niño (siempre paseaban dándose la mano), y que fueron atropellados en uno de los caminos de la aldea, decidió colocar a los dos niños juntos, dejando vacía una de las cajas mortuorias.
Como eran dos niños muy delgados apenas se notaría la diferencia de peso entre los dos ataúdes.
Pasados unos años, un amigo infiel del sepulturero confesó a uno de los familiares el engaño del entierro, y éste hizo una denuncia.
Las autoridades ordenaron la exhumación de los dos cadáveres y comprobaron que efectivamente una de las cajas estaba vacía. Confirmado el engaño, el sepulturero fue despedido de inmediato.
Se procedió, pues, a un nuevo entierro, separando los esqueletos enamorados de ambos niños, y colocando a cada uno en su ataúd y soledad correspondientes.
Pasados muchos más años, los dos ataúdes fueron desvencijados por falta de pago del mantenimiento del nicho. Los restos de los niños fueron arrojados a la fosa común, e incinerados un tiempo después con todos los demás esqueletos de la fosa.
Cuentan los del lugar que, cuando ardieron los huesos de la niña y del niño enamorados, el humo de la chimenea dibujaba pequeñas manchas rojas entre las nubes, como si fueran gotas de sangre amorosa.
1 comentario:
Bello poema de amor puro, eterno, blanco, rociado por unas gotas de sangre amorosa.
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