Foto: J.X.
La cantidad de sangre que derramaría en el mar sería insignificante una vez mezclada con la cantidad de sangre de la gente que muere ahogada a diario, y que se derrama hasta el fondo del mar, donde las cámaras de TV no accederán jamás para informar puntualmente en los telediarios. Nadie podría quejarse de la contaminación de las aguas por la sangre derramada por un individuo que no podía seguir viviendo.
El agua no estaba ni fría ni caliente, un temperatura propia del otoño en el Mar Mediterráneo. Llevaba consigo el cuchillo más adecuado, de hoja muy afilada y en punta, para rasgarse las venas y derramar toda la sangre en las aguas del mar.
Por eso no sería inverosímil ni falsa la noticia de los periódicos informando que se había encontrado un cuerpo ahogado en el mar con las venas rasgadas. Seguramente, algunos medios tal vez añadirían que se desconocía aún la verdadera causa de la muerte: “¿Un suicidio o acaso un asesinato encubierto?”, se preguntarían los más perspicaces y sensibles a la lectura de novelas del género policíaco.
1 comentario:
Una bella manera de dejar de existir vertiendo la sangre en el agua del mar. Dulcemente, consciente de lo que estaba haciendo, el suicida se despedía de la tierra en el mar, dejando el misterio de cómo había sido su muerte.
Prosa excelente, relato crudo e intrigante.
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