Dice el soltero del barrio que, según dónde vivas, también la muerte se ha encarecido y tiene un precio alto. El otro día, sin ir más lejos, se dirigió a una oficinas de Pompas Fúnebres, de Barcelona, y les preguntó si podían informarle sobre cuánto cuesta morirse este año, el 2012.
La respuesta fue amable, muy profesional, y le mostraron los precios del catálogo y las diferentes calidades de las maderas de roble o pino o madera aglomerada (más barata) de los ataúdes, así como el acondicionamiento, destacando el confort interior acolchado con seda y el complemento de los adornos florales para un reposo más natural y confortable. Sin olvidar las variopintas ceremonias religiosas o civiles, con música dedicada interpretada en directo o simplemente grabada.
La información ofrecía una perspectiva de muerte tan sofisticada y cara, que decidió aplazarla para otro día, hasta que no pudiera más, y entregar el cuerpo al hospital que le tocara en suerte (aquí se pasaba con el humor negro), o a la fosa común, como Mozart, Cervantes, Lope de Vega y otros muchos.
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