sábado, 15 de noviembre de 2008

Experimentación

Algunos residentes —¿será mejor llamarlos pensionistas?— de este sitio han manifestado su insatisfacción por el hecho de que la literatura del presente haya renunciado a experimentar. Es un sentimiento que, como tal, comprendo y comparto; pese a que su formulación me chirría. ¿Es exactamente la experimentación —la vanguardia— lo que se echa en falta? Cabe pensar, entonces, que «vanguardia» no sea lo que es, una actitud artística propia de una parte del siglo XX, sino un término más global que signifique algo así como: el arte y la literatura nunca antes visto o leído. En ambos casos, sin embargo, las condiciones que se le exige al escritor —experimentar, ser vanguardista o crear un arte nunca visto— apuntan hacia un arte y una literatura epigonal. Es decir, la repetición de un arte y de una visión artística que ya ha existido. Si el arte ha de ser vanguardista: o el término «vanguardista» no significa nada, y entonces no se afirma nada, o el aserto significa: el arte ha de ser la repetición de un gesto consolidado por la historia del arte: como fue la vanguardia.

La formulación de esta inquietud por parte de algunos pensionistas no me parece correcta; sin embargo, sentimentalmente estoy con ellos. Hay algo que no resulta satisfactorio en el arte del presente, y aunque se parece mucho a lo que hizo la vanguardia, en modo alguno puede ser repetir la vanguardia. Voy a tratar de expresarlo mejor (sin estar seguro de conseguirlo).

El arte (y la literatura) se pueden construir sumando y restando. Se suma al incorporar —de manera consciente o inconsciente— gestos, maneras, hábitos artísticos de otros momentos o autores. No es un procedimiento con valor en sí mismo: los renacentistas incorporaron la tradición clásica para potenciarse a sí mismos —de qué manera y con qué originalidad— y los neoclásicos hicieron lo mismo para poco más que copiar. Se resta al despojar en la obra personal cualquier referencia, motivo, gesto o manera que a uno le recuerde obras de maestros que ha admirado. En general cabría decir que el artista trabaja con sumas y restas, y que en ese diálogo es donde descubre su propia personalidad. El equilibrio entre las influencias que incorpora y los gestos o el estilo personales da la medida de satisfacción de una obra artística.

Vayamos ahora al presente. A la que un observador almacene un pequeño capital de experiencia artística y literaria, se dará cuenta de que la mayor parte de las obras del presente, aquellas que le dejan insatisfecho, se realizan por el proceso de adición más descarado. Muchos libros y exposiciones suenan al popurrí final de una orquesta de fiestas patronales. Pero tal vez no es eso lo que realmente deje insatisfecho, pues convierte la lectura en un pasatiempo bastante entretenido: descubrir los hipertextos mentales con los que el autor ha construido su fábula. Lo realmente desazonador de la literatura, y del arte, de una buena parte de nuestro presente es la ausencia absoluta de la actitud de resta. La impresión de que el autor en ningún momento ha querido despojar a su trabajo de cuanto en él está formado por materiales ajenos. Sólo suma —rápida adición para construir contrarreloj—, nunca reposada resta: esto tal vez sea lo que algunos pensionistas denominan falta de experimentación. Experimentar sería entonces el acto el despojar al trabajo propio de los ecos que han entrado en él —ecos de época, de autores, de citas, de clásicos, de vanguardistas, de conocidos, de recónditos, copiados a propósito o inconscientemente...—. Eso es lo que yo echo de menos, esta experimentación. Esta actitud ética ante la estética.

JAC

2 comentarios:

JX dijo...

Sobre el artículo de JAC y los otros autores sobre vanguardia o experimentación,quiero decir como lectora que me gustaría encontrar en muchas obras "el espíritu vanguardista" como de vitalidad, renovación, pero no como repetición de lo ya hecho por las vanguardias clásicas de los años veinte. Quiero decir, espíritu vanguardista, rompedor, atrevido, con unas obras más personales, que no sean tan aburridas, pesadas. Que las tradiciones establecidas de lo convencional,no sean una excusa para ocultar la falta de ambición artística. No todos los lectores somos tan idiotas como creen algunos editores y autores.

Una Lectora con Grandes Esperanzas

MCM dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices en tu escrito. Creo que por una parte hay un exceso en el pensar que las obras han de ser lo más experimentales posible, entendiendo como experimental como tú bien dices lo nunca visto o escrito,y por otra hay un deseo de huir de conceptos tan válidos como el de tradición.
Me ha parecido muy ingenioso el juego que haces con el sumar y restar y estoy de acuerdo contigo en que hay demasiada repetición, reiteración, copia sin citar fuente,sin molestarse en pulir las obras.
La lectora que te escribe en el comentario anterior quiere obras que no sean tan aburridas y pesadas. hay que ir con cuidado con esos conceptos porque el aburrimiento puede deberse a que no es la obra que en ese momento tendría que leer.
De todos modos hay que distinguir siempre de una manera muy clara la distinción entre mercado y arte.
Por desgracia las obras literarias se contemplan como productos y no como obras artísticas más conseguidas unas, menos otras pero frutos siempre de una cabeza que las ha pensado y escrito. Los productos no son más que eso, escritos fabricados con un objetivo o una idea preconcebida que se ajuste a lo que, como dicen los vendedores,requiera el mercado que en el fondo es lo que quiere el editor de turno que no aspira más que a obtener un beneficio monetario.
La literatura es otra cosa. Escribidores hay muchos, escritores muy pocos.