EL
ATAÚD BLANCO
I
Embrujado,
el contenido del corazón
ardía en la hoguera.
La orfandad
le venía de madre.
Ella, su madre,
huérfana a los seis años,
fue acogida por uso parientes lejanos,
payeses ricos de la comarca de Lleida,
que tenían tres hijos varones.
Eran, pues, los tres hijos y la niña huérfana,
primos segundos,
que recibieron con gran alegría
a la nueva hermana.
Con el tiempo, ella,
la niña huérfana,
se casó con el hijo mediano
de aquella familia.
Casados, se trasladaron a la ciudad
de Barcelona,
a donde fueron a vivir
con una tía paterna, viuda, visionaria,
que poseía una tienda de comestibles.
La trastienda disponía de tres habitaciones,
vivienda en la que nacieron sus tres hijos,
dos niños y una niña.
El primer hijo murió a causa
de un mal diagnóstico médico.
Con el ataúd blanco dentro de casa,
las heridas hicieron crujir las paredes.
Se agudizó la orfandad de la madre, que,
transcurridos unos años, volvió a ser
un mujer vital, alegre, simpática,
pese a la orfandad cada vez más honda
que había arraigado en el corazón
de la madre y de su segundo hijo,
ambos enraizados en la madera del ataúd blanco.
II
1
INSTANTES QUE DURAN TODA UNA VIDA
Ha merecido la pena vivir
para encontrarte, decir tu nombre,
haberte conocido,
amarte,
y sentir, ahora,
en el costado del dolor,
nostalgia de ti.
2
Todo el odio y el amor del mundo
(o una parte),
caben entre los labios resecos
de una herida abierta.
Llegó alguien que besó la herida,
la cerró,
y partió con el misterio de la muerte.
Hubo quien sobrevivió,
descorazonado,
señalado el dolor
en el costado del corazón.
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