Le faltaban las palabras.
Desde hacía tiempo.
No las palabras en sí (corregir este verso),
sino las palabras habladas.
Había acumulado palabras en su interior,
enclaustradas en silencio,
que serían reveladas un día.
Pero aún no podía despegar los labios,
mover la lengua y decirlas.
De tal modo, que pudiera
extenderlas sobre otra lengua,
cuya tierna carnosidad
las recibiera, amorosa.
Le temblaba la lengua,
y en vano quería decirlas.
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