Foto: J.X.
Sin
casa, sin domicilio propio,
iba
de una calle a otra,
vagando,
sin ningún lugar.
(Hacía
años que no se desnudaba
ante
un espejo, ni ante nadie.)
La
encontraron muerta en un lavabo público,
arrinconada
en la fría intimidad del váter,
derramando
cuerpo y alma
cloaca
abajo, hacia el mar.
Todo
había comenzado
-ese
hundirse, ese hundimiento-,
el
día en que recuperó una carta
que
no había llegado a sus manos
por
un error en el domicilio escrito en el sobre.
El
cartero la devolvió a la Oficina Principal de Correos
haciendo
constar: “Destinataria ausente”.
Ella
sabía que su novio le había enviado una carta.
Fue
a preguntar a la Oficina Principal de Correos.
Una
funcionaria le indicó que preguntara
en
la Sección de Cartas Devueltas o Muertas
(se
denominan también así, “Muertas”, las cartas
que,
al no poder ser entregadas al destinatario,
son
devueltas a la Oficina de Correos).
La
atendieron bien, y le aconsejaron que volviera
al
cabo de dos o tres días.
Buscaron
la carta, la encontraron y se la entregaron.
Ella
salió corriendo de la Oficina de Correos,
angustiada,
y abrió el sobre (observó que tenía
equivocado
el número de su casa).
Su
novio le confesaba
que
ella no estaba preparada aún
para
amar ni ser amada,
que
aquel noviazgo carecía de futuro
y
por tanto era mejor dejarlo.
Sin
entender nada,
comenzó
a merodear por las calles,
perdida,
alucinada, sin atreverse
a
volver a su casa, a casa de sus padres.
Pasaron
varias noches (desde que leyó
la
carta no soportaba vivir de día),
y
fue entonces cuando empezó
a
suicidarse, aunque nunca moría del todo.
Las
náuseas le hacían
vomitar
antes de tiempo las píldoras,
o
la hoja de afeitar cortaba poco,
o
los médico la salvaban otra vez
(su
novio, de haberlo sabido,
le
habría dicho que no sabía ni suicidarse).
Durante
un largo período de tiempo,
ella
también aprendió a matar
enviando
cartas con el domicilio equivocado.
La
verdad es que ha sobrevivido,
a
duras penas, muy tocada el alma,
evitando los espejos, despreciando su cuerpo.
Se
arrastra de una calle a otra,
casi
moribunda , recordando siempre
aquel
sobre con el domicilio equivocado,
aquella
carta que una funcionaria encontró
en
la Oficina Principal de Correos,
Sección de Cartas Devueltas o Muertas.
Aquella
carta con la dirección equivocada,
que ella consiguió encontrar
y que leyó desesperada, sin
entender,
aquella carta que fue matándola
palabra
a palabra.
Nota.
La autora del
poema, en el último instante,
creyó necesario
unir a la muerte
la expresión “amor
mío”...,
según
comenta el antólogo de la poeta,
ante
la perplejidad de unos pocos lectores
que
no ven por ningún lado escrita
la expresión “amor mío” en el poema.