lunes, 27 de enero de 2025

CON EL ALMA ENGANCHADA AL HUESO

 

Cuentan que, por vivir demasiado,

el cuerpo se le desgarraba.

En cuanto a las cosas del alma,

todavía peor:

al quedarse enganchada

entre las costillas, el alma

no podía fugarse, eludir la culpa

(siempre hay astillas de hueso,

rencorosas, que no olvidan

la causa del dolor,

te agarran y no te dejan pasar).

A partir de entonces,

con el cuerpo desgarrado

y el alma que seguía

prendida al hueso,

enganchada entre las costillas,

le era imposible amar

sin el dolor de la culpa.


Con el cuerpo arrastrándose así

y el alma tan enganchada al hueso,

¡no hay quién viva,

no hay quién muera en paz!,

exclamó alguien.


Una noche fue apedreado

por unos desconocidos.

Lo encontraron muerto en la calle,

con un papel que contaba

la extraña historia

de un alma enganchada al cuerpo.

Un papel doblado,

justo entre las costillas despellejadas

que goteaban sangre amorosa.


Un perro vagabundo aullaba en busca de su casa.


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