martes, 10 de diciembre de 2024

LA PRESENCIA

Foto: J.X.

Nos habíamos refugiado en un bar, en la mesa más separada, e intercambiábamos confidencias.

Vivía en el límite, me susurró.

Pero éste no era su propio límite, sino el límite que le imponía la presencia de alguien que aparecía de pronto en cualquier sitio.

La presencia. Aquella presencia que, por ejemplo, en un bar como éste, se le ponía enfrente y lo convertía en estatua de sal. No podía huir de aquella mirada, de aquella masa que tenía delante, imponiéndose, cerrando cualquier escapatoria. Debía esperar hasta que llegara el momento oportuno, y seguro que tarde o temprano la presencia aquella desviaría la mirada, se fijaría en otro cosa que no fuera él, y entonces podría al menos cambiar de mesa, o, ya dispuesto a todo, salir del bar y escaparse.

Esta presencia: tal era su límite.

El límite que lo reducía, que lo hacía encogerse hasta desaparecer del lugar, hasta perderse de vista y no acordarse de sí mismo, como había leído en un poema, o como le sucedía a la criada secuestrada de un cuento.

¿Alguna vez podría romper y traspasar el límite, cruzarlo, ir al otro lado, lejos de la inoportuna y agresora presencia? ¿Mediante el arte del disimulo? ¿Tal vez mediante la poesía, que, según los entendidos, es verdad metaforizada, cuerpo disimulado, alma fingida?

¿Sería posible olvidar la enorme carga de este límite, esta abrumadora presencia, y transgredirla sin que se dé cuenta y te haga detener, ofendido, vociferando tu nombre?

¿Quizá saltar de un escondrijo a otro (porque no se trata de ir andando, sino de saltar sobre el vacío), y cultivar en una cueva brevedades amorosas, como flores de temporada señalada, bendecidas por quienes no tienen nombre.

Dolerse y morir de amor, es el inicio y la consumación del misterio. Pero dejemos ya de marear la perdiz del amor, desplumada, ¡y que cada uno haga lo que pueda y se las componga frente al muro aterrador de la presencia!, exclamó cuando ya salíamos del bar y nos quedamos en silencio, a la deriva por callejones oscuros.


jueves, 5 de diciembre de 2024

PALABRAS EN LA PARED

Foto: J.X.

Escrito en la pared húmeda de un callejón:

Ser atado para siempre en el último abrazo.

Ser herida entrelazada a ti, que mueres.

Cautivo de lo que, en ti, resiste, muriendo.

Absortos los dos en lo último.

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Subo al autobús.

Tengo una cita con el silencio.

Voy al encuentro de la novia muerta.

Ella guarda para mí, curándolo,

el silencio resquebrajado en este poema.


Un pequeño ramo de flores amarillas, secas,

que no se deshojan y cuyo aroma

permanece vivo en la madera del armario,

como testimonio desamparado del más bello amor.


Dos palabras pueden contener todo un mundo:

amor desvalido.

Una sola palabra puede también contenerlo:

desvalimiento.