Foto: J.X.
I
Hoy has ido a visitarla y le has dicho pocas palabras. Como si en la visita te hubiera suplantado el silencio.
En la vida, a menudo, cuando se nos precipita encima el peso del silencio lo transformamos en parloteo de pájaros, en palabras de vuelo rasante, como alas, pero convenientes, para salir volando del apuro y dejar atrás el peso del silencio.
Pero al visitar a la muerte, da lo mismo hablar que no hablar, puesto que la palabra será el silencio disuelto en el aroma de las flores que embellecen el escondrijo, hasta el fondo. Es el escondrijo que sólo reconocen los enamorados difuntos.
Enamorados muertos a los que ya nadie busca, excepto algún enamorado que malvive aún de la caridad de la memoria, o de su intransigencia evocadora. Puesto que la memoria no siempre es de fiar. Es delatora y dispone además de mecanismos de tortura para someterte, para sacrificar todo el tiempo en que malvives.
II
Ella, la visitada, será perfumada y entenderá lo que, en vuelo bajo, a ras de tierra, dicen las alas heridas que remueven la ceniza bajo las raíces, con devoción de amor imposible.
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