viernes, 4 de febrero de 2022

DESPOJAMIENTO

Pedía perdón por todo y a todo el mundo, y entregaba como estampas de santidad  unas "felicitaciones de Navidad" de parte del basurero: dispuesto a recoger, como penitencia, toda la basura de las casas y de las calles, desde la más pequeña a la más grande basura.

Su cuerpo -decía al pedir perdón- había sido como una alimaña que hubiese devorado a su alma.

Y que ésta, su alma, al ser devorada, había acabado por envenenar al cuerpo y dejarlo sin vida. O, mejor dicho, vivo, pero muerto.

El cuerpo, sin habla, envenenado por el alma devorada. El espíritu carcomido, agujereado.

Por eso el cuerpo -seguía explicando en busca de perdón- ya estaba en el matadero, abierto en canal en la mesa de despiece.

Troceado, a piezas reconocibles (corazón, tripas, cerebro, hígado, lengua y otros menudillos), cuelgan ya de los ganchos de la tienda de carnicería de despojos. Algunas piezas sangran aún sobre el mostrador de mármol de la tienda.

Pasa por delante de la tienda y se ve a sí mismo, despedazado, como una alimaña sacrificada. Menudillos de alma y lengua de espíritu colgados de los ganchos y goteando la última sangre sobre el mostrador. Como exvotos ensangrentados.

Una vida despojada, despiezada. Despojos de casquería.

Pide perdón por todo y a todos, pero es en vano. Porque la única persona que podía perdonarle -y le perdonaba, dice-, desapareció en la soledad de los bosques y no volvió jamás.

Tampoco ella pudo salvarlo ni con todo el amor del mundo.

(Cuentan que una amiga psicoanalista le diagnosticó que se encariñaba demasiado con la gente, llegando incluso a enamorarse de mujeres y hombres a los que apenas conocía. Eran enamoramientos efímeros, decía él -tanto en lo físico como en lo afectivo-, puesto que después, por un motivo u otro, esa gente se trasladaba a otra parte y ya no volvían a verse. O bien, era él quien se iba -como si rompiera relaciones-, regresaba a casa, y aquí finalizaba el enamoramiento efímero. En realidad, nunca fue un amante, lo que se entiende como  un amante, desde que murió su novia en plena juventud y vivió solo el resto de su vida. Tenía amigas, amigos, y esos enamoramientos efímeros -que. aun siendo efímeros, le hacían sufrir mientras duraban, le advertía la amiga psicoanalista-, pero jamás fue el amante real de nadie).    

Era como un novio muerto, solitario, que vagaba de una calle a otra, de bar en bar, buscando el perdón y un ramo de flores para la novia muerta.

Todo es enigma y dolor. 

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