lunes, 26 de julio de 2021

CON UN HOMBRO INCLINADO

 Foto: J.X.

En una mano llevaba un puñado de tristeza, y en la otra mano, un puñado de amor.

Estuvo mucho tiempo sin abrir ninguna de las dos manos.

Cuando andaba por la calle procuraba mantener hombros, brazos y manos a un mismo nivel, sin inclinarlos más a un lado que al otro.

Pero, a la edad de trece años, trabajaba como aprendiz y debía cargar con pesados paquetes: unos, cuando el destino de los paquetes era nacional, hasta una Estafeta de Correos; y otros, los más pesados, con destino a delegaciones extranjeras, había que entregarlos a una Agencia de Transportes. A causa de la carga de estos paquetes, su cuerpo, aún en crecimiento, se fue desviando cada vez más hacia el costado derecho.

Desviación física de la espalda que le duró de por vida. Por tal motivo, mientras andaba, tenía que rectificar la postura para andar con el hombro derecho más erguido y mantener brazos y manos a un mismo nivel. Pero le resultaba difícil, andar así, erguido, todo el rato, y, cuando se descuidaba, el hombro derecho ya se inclinaba otra vez hacia ese lado.

De tal modo, que, en ese vaivén, no podía evitarse que también se bambolearan de un lado a otro, tanto el puñado de tristeza que encerraba una mano, como el puñado de amor que guardaba la otra, colisionando de vez en cuando en plena calle.

Era entonces, al colisionar ambas, cuando el puñado de tristeza se escapaba de la mano que la encerraba y subía a los ojos. El amor, mientras tanto, seguía resguardado en la otra mano.

(Más allá de la mitad del camino, ensayaba en la cama la postura del muerto, con los hombros bien rectos, para ser digno del amor de su novia, la novia muerta.)


3 comentarios:

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Ariel Fridman

Coco Rodriguez Margalef Rodriguez Margalef

Laura Perez Vernetti

Julie Hermoso

Rosa Lentini Chao

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Julie Hermoso:
"Amante: no me lleves, si muero al camposanto.
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
Alboroto divino de alguna pajarera
O junto a la encantada charla de alguna fuente.
A flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra,
Donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
Alargados en tallos, suban a ver de nuevo
La lámpara salvaje de los ocasos rojos.
A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea
Más breve. Yo presiento
La lucha de mi carne por volver hacia arriba,
Por sentir en sus átomos la frescura del viento.
Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos
Podrán estarse quietas.
Que siempre como topos arañarán la tierra
En medio de las sombras estrujadas y prietas.
Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
En la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas
Yo subiré a mirarte en los lirios morados!"

"Vida garfio", Juana Ibarbourou


Coco Rodriguez Margalef Rodriguez Margalef:
Com sempre, molt bó.

una lectora corriente dijo...

Debe ser difícil encerrar puñados de tristeza y amor en cada una de las manos, y todavía más si buscamos, mientras tanto, la perfección simétrica del cuerpo, echado en una cama esperando que la visita de la novia muerta sea digna de ella. Si al final la tristeza nos llega a los ojos, mientras que el amor continúa encerrado en nuestra otra mano, esforzándose mucho y con el tiempo seguramente llegará el desequilibrio corporal a conseguir la simetría, y la novia muerta se complacerá viendo el nuevo cuerpo y esperará mas tiempo a invitarle a seguirla.