Foto: J.X.
El vagabundo entra en la Iglesia de Betlem a descansar un rato.
Se sienta en el banco solitario de una capilla donde está el confesionario, justo enfrente del banco.
Al cabo de unos minutos se presenta un sacerdote joven -el padre confesor-, abre con llave las dos puertas del confesionario y enciende las dos luces interiores. Le invita a pasar, a entrar a confesarse. Pero el vagabundo le dice que no, que no está esperando para confesarse, que sólo ha venido a descansar. El confesor mueve un poco la cabeza y no dice nada. Merodea un rato por la capilla, como si aguardara una rectificación por parte del vagabundo, que le animara a confesarse.
¿Acaso no tenía nada que confesar?, parecía preguntarle a veces, mirándole de soslayo. Al contrario -le hubiera contestado-, su delito no podía ser absuelto ni en éste ni en ningún otro confesionario, ni en otro lugar, por ejemplo un tribunal de justicia, tampoco.
Como el sacerdote sigue ahí, dando vueltas por la capilla, como a la espera de un penitente, el vagabundo se levanta y busca reposo en el banco de otra capilla de la Iglesia. Acto seguido, el joven confesor apaga las luces y cierra otra vez con llave las dos puertas del confesionario.
Hay vagabundos y otros solitarios sin esperanza, que entran y salen de las iglesias para descansar de las calles endemoniadas y conseguir unos instantes de paz interior. No van a confesarse.
En realidad no pueden confesarse con nadie: les falta la esperanza y la palabra. No pueden pedir la absolución y recuperar la inocencia: un alma muerta o un corazón arrancado no puede hablar, no puede abrirse para ser escuchado, utilizar la palabra para comunicarse y sanar. Los arrepentidos, los absueltos mediante la confesión y el cumplimiento de una penitencia, son aquellos que aún pueden hablar en un confesionario o delante de un juez cualquiera, y reconciliarse con el mundo.
Los vagabundos y los solitarios con el alma muerta merodean arriba y abajo por caminos de perdición, en silencio, sin palabras, donde no hay salvación posible. Por lo menos, entre los límites de ese mundo roto, desesperado.Y más allá, quizá tampoco...
1 comentario:
Comentario de "Una lectora de la Pensión":
Por leve o grave que sea el pecado, el padre confesor no puede perdonar si antes el propio pecador no se perdona.
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