domingo, 22 de noviembre de 2020

UN SÁBADO DE SOL FRÍO

 Foto: J.X.

Era demasiado pronto. El kiosquero de las flores aún no había llegado.

Arrancó un par de flores del jardín y las escondió en la bolsa.

Hoy, además, llevaba en la bolsa un botellín y las dos copas de cava envueltos en un trapo del polvo para limpiar, antes del brindis, la lápida con los ocho versos de Emily Dickinson, encabezados por una flor. 

En la Isla II (en este cementerio marino hay dos Islas) creía que no había nadie. Había quitado ya el polvo y se disponía a brindar con la novia muerta, cuando, de súbito, apareció una persona. Se fue enseguida. Pero él prefirió esperar y celebrar el brindis unos instantes después. Dio una vuelta por la Isla. Logró descubrir a la cotorra que cantaba en lo alto de un ciprés. Hacía un sol frío. Volvió y brindaron. La cotorra voló hasta otro árbol, el ciprés que estaba justo al lado de donde solían hacer el brindis. Aceptaron su compañía cantora y brindaron los tres juntos.

Cuando salió del camposanto, ya había llegado el kiosquero de las flores. Pero él ya había entregado su flor.

Mientras regresaba a casa en autobús palpó en la bolsa aquel trapo, que tendría sin duda un residuo de polvo de la lápida, a pesar de haberlo sacudido allí mismo, en  la Isla. Abrió la bolsa: con los dedos resiguió los pliegues rugosos del trapo. Uno de los pliegues era más suave, delicado, como si en él se hubiera adherido un resto de polvo de la novia muerta. 

Era un sábado de sol frío.

2 comentarios:

lectora de la Vall dijo...

Un relat que segons l'interpretis pot ser cru i dolorós o ple de reencontres dolços.


insurrecta de las palabras dijo...

Sábado de sol frío con contacto de polvo de la novia muerta en un trapo dentro de una bolsa. No sabremos si el polvo sirvió de consuelo, tal vez un polvo dulce y con aroma de flor, o aumentó la angustia y el pesar del visitante al cementerio.