Foto: J.X.
Un saltamontes despistado, de salto en salto, ha llegado hasta el pomo de hierro de la escalera del edificio, donde reposa.
Él lo quiere coger con la mano, el bicho salta entre sus dedos y se escapa. Vuela raso y desciende sobre el peldaño de la escalera, al descubierto, no se mueve, altivo. Él se acerca sigilosamente al saltamontes, intenta cazarlo de nuevo, y esta vez lo consigue. Con la mano.
El traslado. Lo lleva a un jardín público, de la mano, y lo deja en libertad entre las plantas.
No sabemos si el saltamontes podrá un día regresar al bosque y volver a saltar de una piedra a otra, de una mata de tomillo a otra, volando de flor en flor, de un monte a otro, de árbol en árbol, haciendo sonreír a la novia muerta que se refugia en el bosque, al amparo de los espíritus y de las otras novias muertas.
1 comentario:
Otra poesía en prosa. Magnífica la historia del saltamontes que, sin esperarlo, acompañará a las novias muertas.
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