Fotos: J.X.
La
tristeza sale de la ropa, de los cajones de los armarios, de los
platos, de los vasos, de las rendijas de las mesas, de las patas
carcomidas de las sillas, de las paredes. Sale de cualquier rincón
de la casa.
Sale
de todas partes.
Sale
de todas partes, y sin embargo vuelve a acumularse en todas partes.
Es
la tristeza. Una tristeza larga, honda, interminable, dice él.
Ya
de niño y de joven, él había deseado volver a casa y no encontrar
a nadie. Estar solo. Que no hubiera nadie en casa que le esperase al
llegar, nadie que le observara y le mirase a los ojos. Que
no hubiera nadie en casa que le preguntara. Que no hubiera nadie que
escuchase sus palabras, el tono de su voz. Que no hubiera nadie.
Hoy,
sin embargo, cuando vuelve a casa, es él quien desea preguntar y
mirar, hallar una mano y escuchar unas palabras. Pero no encuentra a
nadie. Sólo la tristeza, que le sale al encuentro desde los
rincones más inverosímiles, y le hace saber que en casa ya no hay
nadie. Que nunca más habrá nadie.
Por
eso os hemos raptado y traído al bosque de los espíritus, a ti y a
la novia muerta, donde la tristeza es absorbida por las flores y
desaparece entre las raíces de los árboles y del musgo. Un poco más
allá, a la sombra de una roca, espera la rosa blanca, la flor que se
inclina y vela el sueño de las novias muertas, la flor cuyo aroma
habla con ellas cuando despiertan con el canto de los pájaros,
explica uno de los espíritus del bosque.
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