Dicen
que en marzo vendrá Bob Dylan a Barcelona y cantará en el Liceu,
cuando ya esté en plena retirada el 155 (suponemos), anuncia la
hermana del informático.
Ya
veremos, que muchos son los que se han aficionado a la mordaza del
amarillo, añade la nieta del anarquista.
Callen,
callen, ni mordaza ni amarillo, que hoy es fiesta y tenemos cerveza y
calamares a la romana (previo pago), anuncia la dueña del bar.
¿Los
calamares a la romana no amarillean?, pregunta el humorista.
No sea bocazas ni preguntón, que los calamares, si amarillean, ¡será por el huevo batido y la harina con que se rebozan!, exclama la cuñada del dentista.
No sea bocazas ni preguntón, que los calamares, si amarillean, ¡será por el huevo batido y la harina con que se rebozan!, exclama la cuñada del dentista.
Así
se habla, con rigor y contundencia freidora, opina la vecina taxista.
Ah,
bueno, pensaba, que una ya nunca sabe cuando el calamar es de ley,
quiero decir, fresco, responde la sobrina de la peluquera.
Es
lo que dice mi madre sobre sus novios, bromea la hija de la
bibliotecaria.
En
la Plaça Reial, cuando se llamaba Plaza Real, hacían los mejores
calamares a la romana de Barcelona, ¡dignos de una oda de Pablo
Neruda!, evoca el poeta romántico del barrio.
Lo recuerdo muy bien, qué olor, qué sabor, qué amariilo crujiente, apunta la vidente.
Lo recuerdo muy bien, qué olor, qué sabor, qué amariilo crujiente, apunta la vidente.
¡Otra
vez con el amarillo, es que no paran y luego dicen...!, exclama el
politólogo del barrio.
¡Vayan llevando lazos, que acaban de informar ahora mismo que hay cuatro que no salen de la cárcel!, exclama la cuñada del dentista.
Haya
paz y calamar, digo, sentido común y buena voluntad, resume la dueña del bar. ¡Vayan llevando lazos, que acaban de informar ahora mismo que hay cuatro que no salen de la cárcel!, exclama la cuñada del dentista.
Es triste tener que luchar siempre por lo que es evidente, decía mi abuelo, apunta la nieta del anarquista.
¡Es la maldita historia humana de los exmonos!, exclama el humorista.
¡Fot-li groc, Van Gogh!, rima un desconocido que entra y sale del bar repartiendo octavillas amarillas, sin palabras.
Martin Sharp (Sidney, 1942-2013)
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