¿Los problemas se pueden resolver sin discutir, sin
hablar, a golpe de tomate?, pregunta la dueña del bar.
Dos no discuten, si uno no quiere, apunta el periodista del barrio.
Esto sólo es verdad si uno deja de discutir y se somete al otro, aunque éste no tenga razón, responde el politólogo del barrio.
O que el otro se resigne y aparente que le da la razón para no discutir más, como hace mi madre con algún novio antes de largarlo a freír espárragos y tomates, comenta divertida la hija de la bibliotecaria.
Tomates verdes fritos, una buena película, dice la librera del barrio.
Pero el problema queda sin resolver y la relación no será nunca plenamente satisfactoria. Habrá un problema, siempre habrá un problema pendiente entre ambos, aunque ahora no se discuta. Volverá a surgir el tomate cuando menos se lo espere, filosofa el pitagórico del barrio.
Y aún será peor si uno quiere imponer la razón al otro mediante la amenaza y la violencia, dice la sobrina de la peluquera.
Entonces habría otro tomate, pero más frito aún, ¿no?, salta la hermana del informático.
Si el tomate estaba podrido de hace tiempo, no saldrá un buen sofrito por mucho que lo remuevas, y el plato quedará sin resolver, indica la nieta del anarquista.
A no ser, claro, que uno se ausente y deje de haber dos discutiendo. Por fatiga o desaparición de uno de ellos, y ocultando los problemas o tomates bajo alfombras de silencio sepulcral, comenta el poeta romántico metaforeando.
Aquí hay tomate para dar y vender, como en la famosa guerra del tomate, la "Tomatina", indica la hermana del informático.
¡No incite a la violencia del tomate ni en broma!, exclama la cuñada del dentista.
Menos mal que hoy no ha venido la fiscal del barrio con un kilo de tomates verdes, añade la hija de la bibliotecaria.
¡Niña, no diga sandeces ni palabras soeces, aquí nada de tomate, ni verde ni maduro!, replica la cuñada del dentista.
¡Cuate, aquí hay tomate!, exclama el humorista.
Dos no discuten, si uno no quiere, apunta el periodista del barrio.
Esto sólo es verdad si uno deja de discutir y se somete al otro, aunque éste no tenga razón, responde el politólogo del barrio.
O que el otro se resigne y aparente que le da la razón para no discutir más, como hace mi madre con algún novio antes de largarlo a freír espárragos y tomates, comenta divertida la hija de la bibliotecaria.
Tomates verdes fritos, una buena película, dice la librera del barrio.
Pero el problema queda sin resolver y la relación no será nunca plenamente satisfactoria. Habrá un problema, siempre habrá un problema pendiente entre ambos, aunque ahora no se discuta. Volverá a surgir el tomate cuando menos se lo espere, filosofa el pitagórico del barrio.
Y aún será peor si uno quiere imponer la razón al otro mediante la amenaza y la violencia, dice la sobrina de la peluquera.
Entonces habría otro tomate, pero más frito aún, ¿no?, salta la hermana del informático.
Si el tomate estaba podrido de hace tiempo, no saldrá un buen sofrito por mucho que lo remuevas, y el plato quedará sin resolver, indica la nieta del anarquista.
A no ser, claro, que uno se ausente y deje de haber dos discutiendo. Por fatiga o desaparición de uno de ellos, y ocultando los problemas o tomates bajo alfombras de silencio sepulcral, comenta el poeta romántico metaforeando.
Aquí hay tomate para dar y vender, como en la famosa guerra del tomate, la "Tomatina", indica la hermana del informático.
¡No incite a la violencia del tomate ni en broma!, exclama la cuñada del dentista.
Menos mal que hoy no ha venido la fiscal del barrio con un kilo de tomates verdes, añade la hija de la bibliotecaria.
¡Niña, no diga sandeces ni palabras soeces, aquí nada de tomate, ni verde ni maduro!, replica la cuñada del dentista.
¡Cuate, aquí hay tomate!, exclama el humorista.
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