Me
despierto después de una pesadilla. En ella, alguien me advertía
que tenía que estar alerta. Como soy muy respetuosa con los
sueños, especialmente si son pesadillas porque tienen mensajes de
mi inconsciente, mientras me preparaba el
zumo de naranja del desayuno –antioxidante y suministrador de
vitamina C-, advertí que el cable del aparato
tenía un pequeño corte: debía estar alerta, podía producirse un
nefasto cortocircuito. Enseguida, abrí el armario de la cocina para
extraer la caja de té. Oscilaba. Cuando la abro, vuelve a su lugar
–al encierro- sin avisar. Tenía que estar alerta: podía romperme
la crisma y tengo solo una.
Me
senté en el sofá, a tomar mi desayuno de cereales. Tiene una
etiqueta. La leí por primera vez. Resulta que a pesar de ser
considerados una buena manera de comenzar el día, tienen grasa y
sal, lo cual no es bueno para mis arterias.
Enseguida,
sonó el teléfono. Era Susana González de una compañía de
electricidad que me deseaba los buenos días y me preguntaba si yo
era quien soy. La dije que tengo mis dudas, hay días en que no estoy
muy segura de si soy yo o la consecuencia de una serie de
despropósitos, el primero, el matrimonio de mis padres. El segundo,
no haber usado condón a tiempo... Pero como sea quien sea soy bien
educada, le respondí.
Me
ofrecía un descuento en el consumo. Ahí sí, ahí no caigo. Ya me
vendieron preferentes por teléfono -una directora de oficina de la
Caixa que se decía mi mejor amiga-. Ninguna empresa me va a ofrecer
un descuento a cambio de nada. Corté. Me fui a duchar.
En
ese momento recordé que el casero al que no conozco a pesar de
alquilar el apartamento desde hace diez años, con sus subidas
elaboradas por un siniestro despacho de abogados bien ubicados, eso
sí, en Rambla Cataluña, nunca hizo un solo arreglo en la casa y que
la última vez que se me rompió la ducha –hace solo dos meses- el
obrero, un emigrante latinoamericano, como yo, me dijo que
las
tuberías están podridas porque todavía son de plomo y despiden un
óxido que seguramente afecta a mis contaminados bronquios. Tengo que
estar alerta.
Iba
a entrar a la ducha cuando sonó el interfono. Era el portero:
“Cristina, no abras a nadie que hay una banda de cacos que se hacen
pasar por empleados de telefónica y te fotocopian la casa para
robar.” Tarde: ayer le había abierto la casa a un agradable
empleado de telefónica solo porque había sido muy amable
y locuaz, algo insólito...Tengo que estar alerta.
Conseguí
ducharme y me dispuse a escribir un artículo sobre la violencia de
género, de la cual tengo amplia experiencia por ser hija de mi
difunto padre y paciente
de un médico que me violó de chica.
Pero
sonó el móvil. Era un mensaje de la compañía diciéndome que en
los próximos meses
iban a renovar el sistema operativo y si no enviaba urgentemente cien
euros a la cuenta que me suministraban, se verían obligados a
bloquear mi móvil. Tengo que estar alerta. Pensé que era un mensaje
falso y llamé a una amiga para confirmarlo. Me dijo que no podía
atenderme porque iba conduciendo por una calle levantada por el
Ayuntamiento, muy peligrosa, tenía que estar alerta. Pero creía que
el mensaje era falso, que no respondiera.
A
esas alturas, ya me sentía un poco agotada. Pero estaba alerta.
Entonces, abrí el ordenador. Tenía un email: la informática de mi
confianza me comunicaba que debía abandonar mi querido XP y
comprarme otro programa porque Microsoft decretaba su caducidad. La
noticia ya la había leído en el diario, que caduca cada día.
Me
senté a reflexionar. ¿Qué había decidido yo de todo esto? Casi
nada. Ni siquiera tener una cuenta bancaria que la institución
pudiera saquear: fue un imperativo de la empresa.
Ahora
escribo este artículo y estoy alerta. Alerta a la contaminación, a
los chorizos, a las compañías que me quieren estafar, a los falsos
empleados de contratas, a
los mensajes del móvil y a los virus.
El
diario dice que en España los medicamentos más vendidos son los
ansiolíticos.
Porque
tenemos que estar alertas.
Cristina Peri Rossi
2 comentarios:
No hay que bajar la guardia, en cualquier momento podemos ser atacados por un ejercito de camelias o quién sabe si de azucenas.
No nos podemos fiar ni de las flores.
Salud
Francesc Cornadó
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