Fundación Paco Candel
Hay una juventud que
a guarda, de Francisco Candel, fue uno de los primero libros que algunos leímos.
Aún andaban lejos Kafka, César Vallejo, Pavese, y más lejos aún Marcel Proust, etc.
Por lo menos, lejos de nuestro camino de
juventud y aprendizaje autodidacta en la Plaza Real.
(Fotografía: En
la Plaza Real, con unos amigos, arrodillado de cara, jugando a
bolas (meco, hoyo, guá), no decíamos canicas.
Esta fotografía la descubrí reproducida en un libro-guía de Barcelona (del escritor catalán Carles Soldevila), mucho tiempo después, cuando ya habían desaparecido de la Plaza Real aquella infancia y algunos amigos.)
Esta fotografía la descubrí reproducida en un libro-guía de Barcelona (del escritor catalán Carles Soldevila), mucho tiempo después, cuando ya habían desaparecido de la Plaza Real aquella infancia y algunos amigos.)
8 comentarios:
Osías Stutman: Albert: canicas = bolas = jugar a la bolita en mi niñez en Buenos Aires (años 40 del siglo pasado).
Hace un minuto aproximadamente ·
Algunos fuimos a la Academia Torner, en la calle Aviñó, otros al Liceo Escolar, en la PLaza Real y la calle Aviñó, otros a los Escolapios de la Calle Ancha, y otros muchos fueron al Instituto público Baixeras, en la Vía Layetana. Y había en el barrio algunos colegios más, de monjas, sólo para niñas.
En la nota anterior, he puesto los nombres de las calles en castellano, como nos obligaban entonces.
El señor Tin y la señora Tina, en una mesa plegable que traían de casa a la Plaza Real, vendían bolas de barro, de piedra y de vidrio, estas últimas las más caras y resistentes (canicas), baldufas (peonzas), caramelos, pipas, altramuces, regaliz y otras chucherías.
Había tres Camionetas municipales que iban a la Plaza Real a detener a los jóvenes vagabundos, a las mujeres vagabundas y a los hombres vagabundos. Los detenían a la carrera, y los más pequeños también corríamos, aunque a nosotros, más limpios y cuidados, no fueran a detenernos
Cada Camioneta tenía un número: 36 (jóvenes) 37 (mujeres) 38 (hombres), y la de la Perrera, que no tenía número. Los llevaban a Montjuïch, los rapaban al cero y los duchaban. Ofendidos, volvían a la Plaza Real, transformados en otros. Hasta que pasaba un tiempo y los volvían a detener, a la carrera.
A.T.: Puedo confirmar que era así, ya que también había corrido de niño con nuestro amigos mayores y vagabundos. A los pequeños del barrio nos protegían el señor Tin y la señora Tina, los vendedores de caramelos, que conocían a nuestros padres (que no estaban nunca en la plaza porque no era necesario, no había peligro), y también el guardia urbano de la Plaza Real, que ya nos conocía a todos.
Rodolfo Del Hoyo Alfaro: Hay una juventud que aguarda también fue uno de mis primeros libros. Admiraba a Candel.
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